De niña tejía guirnaldas de colores a montones. Se disfrazaba frente al espejo. Los zapatos de su mamá eran sus predilectos. Le prestaba sus maquillajes y collares, ella llegaba al cielo.
Pasaron los años y se le pasó la vida. Ya no mira su reflejo. Exilio voluntario que no duele, ya hay pústula y nada lastima. No logró lo que quería y no pudo enfrentar más la vida.
Recluida, se reprocha al pensar que no aceptó pretendiente alguno. Veleidades de jovencita burguesa. Pretensiones que hoy paga tejiendo tormentos que encapsulan su mente. Hila tormentos que amarran su existencia lapidando sus últimos años de plenitud.