Hoy he salido a pasear
como todas las mañanas
y un olor muy especial salía
de una enrejada ventana,
que me incitó a curiosear
lo que allí se cocinaba.
Asomeme con prudencia
pues a nadie de la casa conocía,
y vi un gran puchero de barro
que de un potente fuego hervía,
lanzando nubes de vapor que
en la habitación desaparecían,
desando ese aroma especial
y que a un muerto resucitaría.
El olor reconocí al ver
hervir el puchero,
y recuerdos del pasado,
a mi memoria vinieron,
cuando en el pueblo
mi abuela me enseñó
las ventajas y virtudes del:
“Cocidito madrileño”.
Contaba que era una legumbre
y que por garbanzo
a la misma conocían,
el componente principal
que en este plato aparecía,
siendo una legumbre peculiar
que en los campos de Castilla recogían,
los humildes ganapanes que
a sus señores por cuatro cuartos servían.
Explicome que su sabor
tan especial la consecuencia era,
la mezcla de sus componentes
y que junto al garbanzo
hace a este plato diferente,
con su chorizo, morcilla y tocino
hasta que con lentitud hierve,
para poner la verdura
y servirlo muy caliente,
con una sopita antes de empezar
a clavarle el diente.
Se me hace la boca agua
tan solo con pensar en él
y lo bien que a uno le sienta
este plato para comer,
más una pequeña siesta
para la digestión hacer.
Deje aquella ventana al lado
y por mi camino seguí,
cuando en una plaza cercana
el apetito perdí,
al encontrarme de bruces
con un enorme chiringuito
con los más variados colores,
donde comida basura venden
de diferentes sabores,
con colas interminables
de papas y niñitos redonditos
de muy variados colores,
que buscan el colesterol
como a la basura, las flores.
Seamos tradicionales
a la hora de comer y
engullamos todo aquello
que nos pueda hacer solo bien,
por lo que un cocido madrileño
en el frio invierno es
el plato ideal que debiéramos comer
para mantenernos sanos y despiertos.
Joanmoypra