La vigilia del corazón me muestra el fantasma del tú y yo,
me trae ecos del tiempo olvidado,
cuando los caminos eran amplias veredas rodeadas de árboles de espesa fronda.
La sombra entumecida vuelve sigilosa, errante,
camina sin tregua, peregrina,
desde el túnel del olvido,
desnudando la tiniebla, árida como hoja mustia,
muerta de sed.
Aguzo el oído, todos mis sentidos,
escucho ecos como torbellino de ruidos externos,
nevada que cruje bajo los pies,
gotas de un río que agoniza,
mar de ausencias, espuma que choca contra las rocas.
Me veo tendida hacia tu invisible abrazo,
encendiendo el fuego que apagaste,
atizando la llama en el vacío,
sacudiendo los umbrales de mi morada secreta,
íngrima, prisionera del aire en vendaval crecido.
Me siento doblegada sobre el pedregal de espuma,
de tu bramante arco surgieron alas de polen en vuelo de mariposas
y serenamente el estruendo se convirtió en susurro.
No sé si mañana sortearé un camino sombreado de espesuras,
lleno de intactos claros de luz,
a una hora fijada de antemano,
conservando el eco de tu voz.
Hoy me quedan sólo estas palabras, susurradas,
desgastadas, repetidas con oscura voz,
en este equilibrio inestable,
con sosiego de garúa que se desvanecen al viento.