Muy temprano en mi existir comprendí que hay que luchar para vivir.
Que las cosas no te caerán del cielo, hay que trabajarlas, ganárselas.
Que muchas palabras pueden maravillar, envolver, un solo gesto conmover, convencer.
Que puedes mentir a los demás, pero jamás a ti mismo; aunque te creas tus engaños, tarde o temprano, la gran maestra, es decir la vida, te hará comprender tu nefasto error y quizás sea demasiado tarde.
Que puedo caer mil veces, pero aprender de mis caídas y alzarme con dignidad.
Que tu mayor carta de presentación eres tú mismo, lo que transmites con tu ser profundo, “siendo”.
Que lo esencial está dentro y no fuera de ti, en ese lugar escondido que llaman ser.
Que las palabras tienen mil significados, la mirada solamente uno.
Con el pasar de los años he podido corroborar:
Que el respeto, la consideración, la compasión, son valores de un alma noble.
Que la discriminación, el racismo, la intolerancia son las expresiones espontáneas de un alma débil, atormentada, insegura, con complejos de inferioridad y potencialmente peligrosa.
Que el mal existe y navega libremente por las aguas turbias de la envidia.
Que la belleza y atracción del cuerpo pasan con los años, queda lo que eres realmente dentro, que se enriquece y crece con el pasar del tiempo.
Que el perdón, dado y recibido, es el bálsamo que alivia, cura y ennoblece el alma.
Que para cometer errores tengo que dejarme llevar por la impaciencia y las prisas; si quiero alcanzar una meta, cultivar debo la paciencia.
Viviendo y relacionándome he podido reafirmar:
Que una caricia, un gesto, la sola presencia, dicen más que mil palabras, sobre todo cuando el dolor, la pena, la tristeza invaden el alma de la persona querida.
Que el amor solo se puede construir a cuatro manos.
Que los pequeños detalles son el rocío mañanero que refrescan, recrean la ilusión y la rutina es soda cáustica que destruye, quema, mata una relación.
Que las cosas que no digo, que callo, se convierten en bomba de tiempo. Estallarán cuando menos lo piense, convirtiéndose en puñales afilados que herirán un corazón.
Que el pasado no lo puedo cambiar, pero sí decidir que no estropee, joda, mi presente, mucho menos mi futuro.
Mientras más vivo me convenzo de que aún queda mucho que aprender, reafirmar, experimentar. Que mi peor enemigo es el temor que corta las alas de mi vivir. Que el secreto es confiar, primeramente en mi, que solo no estoy, porque Tú vives y confías en mi.