…nunca volvé, nunca hasta que apareciste tú.
Era la mujer de aire. Colorada. Podía ver el infinito. Perseguía sueños ajenos, disipados, porque ya había olvidado los propios. La mujer de aire volaba. Ahora lo hacía detrás de un desplazamiento púrpura.
Embelesada con las manchas carmesí e indefinidas su vuelo descendió centímetros. El tizne rojo más visible retrocedió y emparejó alturas. Se desarmaron con miradas tan profundas e iluminadas que por un momento pareció que el sol dejó de brillar…
Era él. Su amor eterno. Su paz, su ímpetu de otrora. El, Su Luz. Le explicó que huyó por miedo a excesos frenéticos subiéndose al primer vuelo. Temores antiguos. No la había olvidado…
Perpleja, se preguntaba el sentido del reencuentro. Expectante mutismo pero fulgor impetuoso en su mirada. No necesitó preguntas. Él mismo le dijo que dejaría a sus compañeros alados para emprender juntos el vuelo pendiente.
Prestos, recorrieron el mundo. Etéreos, descendían cada noche, recobrando sus cuerpos, amándose con desmesura para poner al día sus sentires.
Y esta mañana los vi. Aún dormían acurrucados. No los quise despertar. Sólo sentía que les debía avisar que no olvidaran Volver a Volar…