No son buenos los ojos,
ni el cielo de los días.
No es buena la nariz,
ni oler la yerba y la tierra,
y los árboles, flores y el mar.
No es bueno lo tranquilo,
ni la vida de la mano de nadie.
Y los hombres inclinados
al abismo rezan.
Y los hombres extienden
la mano derecha al alto
con sus cruces al pecho.
Y los hombres venden engaño,
y escalan cabezas hermanas.
Da igual si cortadas,
o no.
No, acudiré poco a poco
ante mi señor, La Muerte,
la única meta de un camino
que desearía pasear tranquilo,
con mis ojos en la luz
y mi nariz en la tierra y la yerba y la lluvia;
y en los árboles, las flores y el mar.
Tú no sabías, Madre, que parías
en mitad del mismísimo Infierno.
Pero da igual, porque es mi sombra
la que se halla en Él.