(es una reflexión inusitadamente viva)
No es el camino por el que sustituyo -ni suplo mi propio sendero- por el que a diario camino callado y siniestro acompañado de mi sombra; tú conoces los días nublados donde la llovizna entorpece y alarga las distancias.
Tú reconoces la huella ensombrecida - a la vez tatuada- por la frontera de la incertidumbre que acomete, que engaña; irrumpe ese momento, claudica los vocablos de un ayer austero.
El demonio me sigue, me persigue en el acabamiento de mi fosa donde yacen mis restos donde termina todo, nada es verdad ni es cierto en el desierto que la vida impone, se desquebrajan momentos entre mis manos y tú no lo sabes, tú que me diste la vida no acabarás de entenderme. Me condena saberte y que existes quizás sin comprenderme.
Yo no forje poemas en mi vida adyacente ni busco mis vivencia ni exploto mis adentros; porque nací poeta y ante el imperialismo de una vida consiente tú sabes y, lo sabes
que nací de tu vientre por ello no puedes vendarte los ojos, por eso esta avenida que me abierto el destino, me conlleva en silencio a seguir escribiendo. Erotismo es mi tiempo y me inmerso y me asilo…
Es pinche el devaneo que a veces debilita, se cansan ya los pasos sin dejar huella alguna; pero las cosas hablan sin expulsar palabras, como hay ojos que miran aún estando ciegos.
¡Ah! Cuanta incertidumbre me cobija y me abrume, estoy desconcertado como cuando la muerte te acomete y no avisa, pero estoy esperando que la muerte me vea en este embargo de mi vida vacía, ya que los amores que transitan a mi lado no son más que una pisca de una gota de lluvia. Por eso tú no entiendes mi agreste desahogo y sólo me condenas en tribunal injusto.
Qué erótico momento podría escribir ahora, de noches inconclusas de cerveza y tequila y, del cigarro que pongo entre mis labios (qué no es sólo un cigarro) es el soplo insistente de una inspiración que llega; ¿lo ves…? No busco que me llamen porque ni nombre tengo, todos con gracia plena me llaman: “el poeta”
Por eso son mis pasos inermes en la tierra, pausados y concisos y, quizás ya muy tristes -pero no es la tristeza- la que tú me has traído, la que tú has dejado a mi puerta dormida; la que no se despierta porque llora en silencio. ¡No…! No es esa amargura, es una bruma lenta que a mi penar acuna.
Deja que sea mi huella la que me abisme al tiempo la que abra mi tumba, la que por sí sola me abandone; entonces será mi queja al barbecho infructuoso.
Entonces será mi paso, donde mi pie se canse. Y seguiré escribiendo sin importar
-que sabes-