Alguien, tal vez pueda mejorar este poema,
dibujar, por ejemplo, una bella sonrisa
en la carita redonda de este niño sin boca
que se comió el mundo con los ojos
como un bocadillo de vientos con ternura.
Tal vez, alguien pueda colocar un latido
en el duro corazón cerrado de la bala
para que le nazcan flores en el vientre
o poner una luz azul en una lágrima,
en el centro exacto de la pena
y, a su vez, zurcir con hilo de amor
las heridas abiertas que no cicatrizan.
Se podría también, al serio traje de la noche
pintarle unos botones de colores
y al llanto tan humano de esa madre,
que es largo como un tren de soledades,
encenderle un sol en sus entrañas
para que la luz le alumbrase las pupilas.
Sería, creo, buena idea
quitar una guerra y poner una paz
o sacudir el odio a las alfombras
que el hombre extiende en sus palabras.
Habría que vendar los ojos de la muerte
con un pañuelo bordado por la vida
y colocar en sus manos pan y agua
en vez de pistolas o fusiles.
Pero nadie ha acudido
a mejorar este poema
que se pasea cabizbajo sobre el folio,
por lo tanto, ese niño de carita redonda
que se comió la vida sin saberlo
yace muerto en la acera de una calle
porque una bala de corazón duro y cerrado
le voló la boca, la sonrisa,
los labios, los besos y la luz
mientras su madre lo abraza contra el pecho
con un llanto humano ¡ tan humano ¡
como triste es este mundo miserable,
este día donde llueve sangre y fuego,
este día en el que la gente se esconde de la guerra
y la muerte juega a la gallinita ciega con la vida.