A veces, cuando habló solo,
me salen palabras vagas
que se desnudan y mueren
sin apenas decir nada.
Son palabras sin sentido
como árboles sin ramas,
fugaces como suspiros,
carentes de importancia.
Son mínimas, silenciosas,
insignificantes, delgadas,
parecen hilos de niebla,
pizcas de brumas bajas,
tísicas en sus acentos,
de fonética apocada.
No están en los diccionarios
ni en las obras reputadas
que los grandes literatos
grabaron en oro y plata.
No sirven para los discursos
ni valen para hacer patria,
nadie les honrará una calle
ni les levantarán una estatua.
Son palabras desvalidas,
sin virtudes destacadas,
de una fragilidad pasmosa,
con letras desvencijadas,
son tristes como los duelos
y pálidas como fantasmas.
Los amantes las evitan,
los cantores no las cantan,
mis poemas las recitan
aunque al decirlas me clavan
puñalazos como espinas
y alfileres como espadas.
Son esas palabras malditas,
los socavones del alma,
palabras que tanto duelen,
palabras... pobres palabras.