juan maria

LA DAMA Y EL NIÑO

 

 

Cuando en el calido estío

el aire se enardece

en ángulo al Sol

cierra sus ojos la dama

para que la timidez de un niño

se lance a contemplarla

cuando el fulgor la está besando.

 

Los rayos de lumbre

inventan imágenes

mientras su luz

reverbera en lo que abraza

y su brillo danza en el aire

con sus espejismos ondulantes.

 

En el ardor de la tarde

hay un niño embrujado.

 

Con el silencio cálido

impone sosiego la siesta

están de holganza

el jilguero y el hornero

y los caranchos

revolotean su danza de siempre.

 

Una brisa de sombras

cae sobre la resolana

y sonríen los labios de la dama

con el aura fresca.

 

 

Ansioso de estrellas

va empujando al Sol

el atardecer enrojecido.

 

Se va apagando

el verdor del eucalipto

y ella se mueve sinuosa,

con su cabellera revuelta,

sobre las margaritas del campo.

 

Con la caída de la luz

hay en el ocaso,

una dama encendida,

y un muchacho soñando.

 

Y al retornar la Luna a la llanura

hay dos miradas,

que en el sereno anochecer,

se están buscando.

 

Una canción de suspiros

acalla a los grillos,

y las luciérnagas titilan

al calor de la pasión

teniendo como cielo el verde monte,

y como piso,

sábanas de flores que bailan.

 Cuando la noche recibe

a las estrellas,

hay en la penumbra

un adolescente,

con los ojos deslumbrados

y girando en la Luna

una dama suspirando,

con los parpados cerrados.

 

Una dama…un muchacho

…el Sol…

y una Luna de cristal.

 

En la noche sin brisa

giran como peces agitados

y ansiosos…

los halagos del amor.

 

Una dama…un muchacho…

y sonriendo a la pasión

un millón de estrellas en flor.

 

El arroyo arrastra

chispas de cielo

y la Luna llena abre los ojos

para contemplar el reposo

del amor extenuado.

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