Gabriela era una niña de nueve años que vio en la poesía la única forma posible de vivir en el mundo que ella soñaba. Hizo de sus versos un inmenso árbol donde pudo trepar y sentarse en sus hojas, las cuales fue poco a poco convirtiendo en poemas y los echó a volar por el mundo desde aquel bosque de sueños.
Allí en ese árbol con hojas de poesía contemplaba la luna y contaba las estrellas, rasgando el cielo y aclarando las noches.
Cada poema de Gabriela era una hoja que colgaba del árbol, cada hoja del árbol era una oportunidad para regalar alegría al mundo y cada alegría que se regalaba al mundo era un pedazo de alma hecho canción.
Fueron tantos los poemas que escribió Gabriela que poco a poco las hojas de aquel árbol de poemas se fueron convirtiendo en libros. Unos libros hermosos que estaban abiertos día y noche, listos para ser leídos por todos aquéllos que quisieran disfrutar de su poesía.
Una libélula llegó al árbol y leyó:
Tus alas de cristal
son como agua clara,
son agua de manantial
como tu alma.
Y la libélula se alegró mucho y se fue volando.
Una mariposa llegó también al árbol y leyó:
Ternura en tus alas,
ternura en tu vuelo,
el amor que regalas
es grande como el cielo.
Y la mariposa sonrió y siguió regalando ternura.
Una pequeña ave también llegó al árbol de poemas y leyó:
Agita tus alas
y aleja quebrantos,
que las horas malas
se van con tu canto.
Y el ave, voló con más alegría y entonó nuevos cantos.
En una noche sin luna un murciélago también llegó al árbol donde estaban los poemas de Gabriela y no pudo leer nada porque los murciélagos no pueden leer pues son ciegos; pero un búho que estaba cerca del árbol, voló hasta allá y acompañando a su amigo murciélago le leyó una estrofa del árbol:
Amigos siempre seremos
todo el mundo nos conoce
somos los reyes eternos
dueños y señores de la noche.
Y el murciélago sonrió y abrazando al búho disfrutaron la quietud de aquella noche oscura.
Otra noche de luna una oruga trasnochada que estaba en el árbol de poemas, leyó también un poema de Gabriela:
Es una bendición
tu cobija de seda
cuídala con amor
mientras vuelas.
Vive serena
llena de alegría
que al llegar el día
de forma curiosa,
serás mariposa
y me harás compañía.
Y la oruga sonreía y seguía leyendo más poesías.
Con el pasar del tiempo nadie supo adónde se fue Gabriela ni siquiera donde están sus poemas, dicen que los vieron volando por el mundo regalando nuevas letras, distintas a las que dejó en el árbol de poemas, mientras allá en aquel pequeño bosque, el árbol seguía esperando junto a sus amigos que algún día Gabriela regresase a seguir alimentándolos con sus bellas inspiraciones.
-------------------------
Autor: Alejandro J. Díaz Valero
Maracaibo, Venezuela.