La suave brisa me susurra al oído, pronunciando tu nombre.
Su suave caricia trae consigo tu aroma, único e inconfundible.
Aroma a bosque salvaje, indómito; a musgo fresco, a esencias del Oriente, a humedad intensa, fresco manantial.
El claro y transparente cielo que me cubre, me habla de tus ojos claros, traslúcidos, brillantes. Expresión perfecta de tu alma noble. Tu mirar sereno es capaz de escrutar profundamente mi ser. Ante él no puedo ocultar ningún sentimiento que vivo, simplemente me siento plácidamente desnudo ante ellos.
El sol brillante, orgulloso, gozoso, me recuerda perfectamente tu alegría, tu optimismo, tu templanza ante la dificultad, tu ser emprendedor y luchador, que sin querer me trasmites en cada palabra, gesto, comentario…
Las nubes puras, de suave algodón, que pasan lentamente a lo lejos, me recuerdan tu piel sedosa, suave, que provoca mi ternura, mis besos, mis caricias. Rememoran en mí, nuestras sábanas blancas; nuestra cama pronta a reconfortar nuestros cuerpos cansados, después del combate del amor. Dispuesta a custodiar y velar nuestros sueños.
Oteando al horizonte, cierro mis ojos cansados, respiro profundamente y renuevo, una vez más, el honrarte, el respetarte, el amarte hoy, mañana y siempre.
Nada, mucho menos la dolorosa distancia, hará que nuestro amor se malogre.
Eres quien he escogido para pasar el resto de mis días en este mundo y, si Dios así lo permite, en la eternidad. ¡Te amo!