Me fui acostumbrando a las caras redondas,
(no te dicen nada si no tienen grises),
a sus gritos vagos y sordos matices,
a las no-sonrisas de sus alegrías,
a las explosiones de sus emociones,
en suspiros tenues, casi imperceptibles...
y creí de pronto en aquello que dicen...
No es utopía, la otra cultura se me fue borrando
bajo los recuerdos de otros países.
Viajar comulgando, vivir en mudanzas...
y las caras largas, y las triangulares,
se van diluyendo y desdibujando.
Ya no más el “posho”[1] dorado con papas,
ahora asadito, mandioca, empanada,
ya no más el miedo a lo desconocido,
ahora caminos, amigos, mercado...
y paz... y trabajo...
y algunas muchachas soñando a mi lado.
La vida me trajo sorpresas,
en caras redondas... en servidas mesas...
en copas de vino... en pan... en abrigo.
La vida de pronto se me hizo fiesta.
[1] Pollo (Arg.)