Atrea

Ilusión suicida

Cuando la vi tendida en el suelo, cerré los ojos con el anhelo de que al abrirlos aquella imagen desaparecería y ella estaría como de costumbre en éxtasis. Pero cuando los abrí ella permanecía en el suelo. Su rostro carecía de expresión y su figura había encogido a la velocidad de la luz. A su vera, una caja de pastillas vacía y un vaso roto en mil y un pedazos. La primera reacción se perdió en mi pecho y la segunda volvió tras la primera. El miedo me bloqueó de tal forma que gritar no estaba entre mis manos, ni la debilidad mostró su carácter. Estaba sola con su cuerpo. Todos mis sentidos estaban puestos a prueba, y el sexto, el sexto se moldeaba con el viento como barcos de papel en un cambio de marea. El idealismo se convirtió en una atroz realidad frustrada y yo, nada podía cambiar salvo el sentido de mis pasos y el tembleque de mis piernas. No entendía la carga que suponía estar en mi piel, al fin y al cabo, era una niña. Fue como envejecer cien años, sin haberlos vivido. Deje morir a la ilusión y me llené de cobardía disfrazada de súper-héroe. Me acerqué tanto como pude y la bese en la frente. Por mi mejilla se escurría una lágrima y después mil más. Ellas también querían formar parte del drama y no les falto protagonismo, sin querer no me dejaban hablar y el tiempo corría en su contra apagándose la luz.