¡Ay! qué manera de estarse
distinto por la alborada
sin virtud.
Y, llorando al apagarse
las cenagosas moradas
de quietud.
A la libertad estrecha
desde mi ronca garganta
un Titán;
lanza su férrea flecha
hasta que muere mi manta
sin más pan.
Nadie os diga: que mis coros
fosforecen de locuras
ya vividas.
Porque la plata y los oros
son batalla en armaduras
ya perdidas.
Tal parece que vosotros
sois de las sangres rebeldes
de un cabestro.
Con herraduras de potros
y, zanjando los arreldes
que les presto.
También ellos son culpables
de los años preguntones
de mi estancia.
Son los destellos palpables
de apuestas viles prisiones
de la infancia.
Vais en la vida mirando
con el ojo de conciencia
al nirvana.
Qué ganas de ir pensado
en su lejana dolencia
que no sana.
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John Morales Arriola.