Voy sofocando mis flores
en este mustio castillo
recordando aquella tarde
en que fuiste mi asesino.
Y sigo tejiendo letras
en aquel silente nicho,
en este jardín que sangra ,
que camina hacia el abismo.
Resucito en cada aurora
para leer aquel libro;
dejando en él mi sollozo,
mis quejas, mis ojos chicos.
Y me carcome aquel beso
que me llenó de motivos
para ir por esta colina
de lacerantes aullidos.
Grabado vas en mis pliegues,
quemando mi ser sumiso
con el vals de tus halagos
con tu boca que fue mirlo.
No me resigno a vivir
sin el calor de tu signo,
sin la brisa en mi llanura,
sin tus cantos y cariño.
Por eso junto al invierno
aturdiendo con mis gritos
al ocaso, ¡amor te espero,
y frente a mi pecho, el Cristo!
Mientras mis labios se escarchan
abrochados y calizos
esperan aquella luz
que los llevará contigo.