Al estar en silencio un día,
la voz del Señor escuche,
me dijo querida hija mía,
mi sangre por ti derrame.
Esa voz retumba en mi mente,
cada día la vuelvo a escuchar,
me renueva las fuerzas perdidas,
me anima si llego a fallar.
No quiero olvidarme jamas,
de la sangre vertida en la Cruz,
perdería el sentido mi vida,
si dejara la fe en Jesús.
Con El es mas lindo el camino,
mas fácil las penas se van,
mis pies caminan derecho,
su carga es ligera al andar.
Cuanto anhelo el día postrero,
en gloria contigo he de estar,
olvidando por siempre el dolor,
en sus brazos encuentro la paz.