Desgarrado el silencio por el sutil sonido
de esa voz conocida que repite mi nombre,
invocando el conjuro, entre las otras voces
que pintan en la mente el contorno de un hombre.
Se rompió en mil pedazos el cristal impoluto,
salpicando de astillas los poros de mi piel,
que se abrieron cual flores en esa primavera...
cuando era tu saliva quien calmaba la sed.
Erizados los vellos elevándose al cielo
parecían moverse al compás de la brisa
de tu aliento candente y hasta la última nota
trasmitir al cerebro el placer de tu risa.
Desgarrado el silencio retumbó en mis oídos,
pobló de ecos el aire y se aunó con mi pecho,
repitiendo el latido como un golpe en mis venas,
inundó los sentidos y jugó con el tiempo.
Qué poder tan terrible el que tiene tu boca...
trasmutar con su magia mi desidia en un verbo
y de pies a cabeza crear los movimientos...
¡tus palabras son fragua que moldea este acero!
Desgarrada la tarde, apacible y extraña...
se rasgó el pentagrama donde anclaba el silencio...
y las alas de un ángel fueron surcando el aire
para que tus palabras transformaras en besos.