Capítulo2
Todas las mañanas, mi madre me dejaba en la guardería. Siempre iba a regañadientes y con sobredosis de mal-humor. No me gustaba ir a la guardería. Siempre me mordían y yo, no me defendía. Pero no era eso lo que peor llevaba sino la hora de dormir.
La guardería era un sitio estúpido. Me mandaban recortar tiras de papel, dibujar monigotes con piernas torcidas y brazos sin manos. Y cuando la tarea era colorear, miraba a la profesora con resignación y fijaba la mirada en los bordes del dibujo. Siempre, siempre, pintaba por fuera. “Así no” repetía una y otra vez la maestra. Yo la miraba con cara de cordera degollada y ella moderaba su tono de voz y entre dientes, se le dibujaba una falsa sonrisa como con desesperación. A mí en el fondo me daba igual, al fin y al cabo lo único que quería era estar bien despierta.
A media mañana la profesora nos dejaba salir al patio. Si no llovía íbamos al patio descubierto y si llovía, la cosa ya cambiaba pero íbamos al patio igual aunque cubierto. Odiaba los días de lluvia. Cuando nadie me veía, me escondía. El patio descubierto era muy grande. Tenía muchos toboganes y columpios. También había casitas de madera y algún que otro balancín. Era tan grande que cuando podía disfrutar del buen tiempo la profesora me castigaba por esconderme y no atender al sonido del silbato que indicaba el retorno a la clase. Siempre me preguntaban que por qué lo hacía, yo solo miraba hacia abajo. Lo cierto era que me daba miedo dormir.
Después del tiempo libre venía el infierno. Nos llevaban a dormir. Cada vez que la profesora decía “dormir” yo miraba a un lado y a otro, buscando apoyo pero a todos les gustaba dormir. A todos les gustaba la guardería. Todos eran estúpidos. Intenté parecerme a ellos, entrar en ese cuarto oscuro, meterme en una cuna y dormir pero, en cuanto metía tan solo uno de mis pequeños pies en ese cuarto, rompía a llorar. Hacía lo posible para que me sacaran de allí.
Mientras todos dormían, yo corría de un lado a otro de la guardería, metía las narices en las sopas de la cocinera, hablaba de cosas de mayores con las profesoras, veía la tele e incluso me llamaban caprichosa. No me lo decían a mí pero también ponía la oreja en las conversaciones ajenas. Era en esas horas de sueño -que me robaba- cuando más aprendía.