ANACONDA (CUENTITO)
Al norte de Colombia, muy cerca de Santa Marta y al oeste de la bahía de Maracaibo se encuentra una pequeñísima pero tupida selva con muchos de los atributos de las selvas mas grandes en cuanto a la cantidad de ofidios que pueblan la zona.
Se encuentran las víboras al paso sin buscarlas, que es una medida cuantitativa estadística muy importante.
Las estribaciones de la Sierra Nevada de Santa Marta, la montaña costera más alta del mundo, se hunden en el mar como los dedos de una mano gigantesca entre los que se forman bahías y ensenadas de una belleza notablemente singular.
Chengue, Gayraca, Concha y otras, con sus playas de arenas blancas casi como la nieve, delimitadas por atolones rocosos, manglares o bosques, y bañadas todas por las aguas azules, fantásticas y cristalinas del mar de las Antillas que también Caribe llaman, actualmente hacen parte del Parque Nacional Tayrona.
El parque posee los vestigios arqueológicos de una antigua ciudad del pueblo originario Tayrona enemigo de los belicosos Caribes.
Se dio de la llegada a la zona de una expedición antropológica y naturalista norteamericana que levanto su campamento muy cerca del mar, pero en plena selva.
Estaban los hermanos Cork, John y Francis y el profesor Halley acompañados por el baqueano Tito, un autentico tayrona capaz de hablar con las serpientes y con los monos.
Los visitantes admiraron desde el principio la increíble puntería del indio con su Winchester 22 al que jamás abandonaba y era parte de la personalidad de Tito y de su alma.
A pesar de la fuerte resolana las carpas se habían levantado en un claro para prevenir visita de serpientes y el bombardeo desde los altos árboles por parte de los monos de naranjas, tomates arbóreos, mango y otros frutos que utilizaban los primates para acosar a los extraños.
Los monos eran muy delgados, nerviosos, grandes y muy chillones. Sorpresivamente comenzaban con sus bombardeos tanto como ponían fin a ellos.
En ese momento el profesor Halley estaba leyendo material sobre serpientes de científicos de Bogota y la historia de los primates colombianos del estudioso Dressler.
Por el momento los americanos habían prescindido de las carpas y utilizaban toldos de lona sostenidos por cuatro estacas para protegerse del Sol y de la artillería de los monos que a pesar de haberse alejado algo de los árboles todavía eran los acampantes alcanzados por los proyectiles frutales.
Una mañana estaban desayunando el profesor Halley, Francis Cork y Tito llamándosle la atención la tardanza de John, que por lo general no era remolón.
Se acerco Francis a la bolsa de su hermano y vio las muecas de desesperación en el rostro del demorado.
John gesticulaba espasmódicamente con la boca y los ojos como queriendo explicar algo y cuando los demás se acercaron a su bolsa de dormir en voz muy baja les dijo…una serpiente está dentro de mi bolsa.
No se acerquen, no hablen, no se muevan.
La noche anterior se había estado charlando de las leyendas colombianas sobre las mas monstruosas víboras.
Halley comentó que precisamente en Colombia había existido una serpiente de catorce metros de longitud y más de una tonelada de peso que vivió hace 60 millones de años en las selvas tropicales del actual departamento de La Guajira.
Y a pesar de su ciencia todos miraron un poquito de costado en un gesto irracional.
Pero esta mañana no era la mas adecuada para charlas de tertulia.
El indio Tito se hizo naturalmente el jefe del operativo.
Explico que muy posiblemente el monstruo que habitaba el saco de dormir de John Cork era una anaconda verde que era el equivalente en la zona de la terrible pitón del amazonas.
Hay razones para creer que es muy favorable a nosotros el hecho de que no sea venenosa, dijo el indio no muy convencido.
Agregó que el aislamiento del suelo por la trama de la bolsa le permitía acercarse a los diez metros de la víbora ya que eran muy sensibles a las vibraciones del piso.
John Cork estaba pasando las horas mas horrorosas que jamás hubiera imaginado compartiendo una bolsa de dormir con una anaconda del norte de Sud América.
Y el indio Tito había asumido su liderazgo con toda autoridad.
Lo primero que recomendó muy severamente fue evitar ruidos, porque si bien son sordas estas víboras , todo lo captan por las vibraciones.
A estos monstruos los ahuyenta el calor excesivo dijo y dispuso quitar los toldos para que el Sol hiciera lo suyo por Cork.
Las facciones de John eran irreconocibles. Con los labios contraídos, pálido como un papel, cuando abría los parpados sus ojos eran dos huevos duros.
El que haya estado acompañado tan íntimamente con una anaconda verde no preguntaría como se dio cuenta John Cork de que era una serpiente y no otra cosa lo que compartía el habitáculo con el.
Temblaba como si tuviera frío y a los pocos minutos el gran Sol tropical quito la blancura de la piel con una roja quemadura.
El indio estaba rígido como una estatua con el rifle aprontado y constantemente hacia gestos de paciencia y de silencio a los demás.
Cuando la bestia hizo un pequeño movimiento molesta por el calor que comenzaba a dar el Sol la victima de ese horror acentuó sus temblores y vomito profusamente.
El baqueano Tito tuvo al momento el arma al hombro con el ojo bien puesto en la mira.
No puedo jalar el gatillo “chico”; ¿Dónde esta la cabeza?
El tiro debe ser en el cerebro para prevenir cualquier reacción posterior con la víbora furiosa. Debe quedar muerta en el acto.
El guía estaba serio y callado no por concentración sino por oscura preocupación.
Nada estaba claro; era todo de pronostico muy reservado.
Pasaban lerdos los minutos y John Cork se desvaneció varias veces y volvió a la horrible conciencia de la realidad.
Cuando asomo la punta de la cabeza pareció caer un monstruo de hielo en el ambiente.
Por fin asomo la cabeza entera y se puso en anguilo recto al piso. Tito paresia una estatua de bronce y sono limpio el balazo.
La bala larga le partió limpio el cerebro a la bestia y todo acabó.
John Cork lloro de rodillas en el piso y gastó todos sus nervios y sacudió todo su perverso horror.
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