Cuarenta y tres muchachos
que combatían las sombras
y alegraban los rostros
de tantos niños que eran bienamados
y miraban el mundo con la poda
de la tristeza de sus francos ojos.
¿Por qué manos indignas
quisieron combatir aquella siembra?
¿Por qué lo celestial no izó su mano
y condenó esas armas con sevicia
que teñirían de sangre hermosas sendas?
¡Paz y justicia quieren los humanos!
Desde esta tierra lloro por ti, charro
mexicano que otrora yo admirase;
igualmente elevaré mi canto
por todas esas madres
que cada día invocarán sus almas,
con esperanzas rotas,
de conocer el lar en donde posan
los restos de sus hijos que ahora claman.
Roma, noviembre de 2014.