Sonreir, a la vida sonreir,
aun cuando la misma le trate con desprecio
a este árbol que antaño fuera recio
y presienta que algún día ha de decir
adiós. Y así que fuera un necio,
peregrino en su penal cual emigrante
que traza en tierra extraña su camino
ajeno a lo que dicte su destino,
un caballero andante.
Y como tal, andar y andar
expectante en cada lugar, en cada sino,
embriagándo su alma de un buen vino,
hasta llegar al mar.
Y penar, a ratos penar,
obviando aquel ¡ser bueno y felices!,
cuando aún éramos ingenuos aprendices
de sueños. Que el soñar
es un lago profundo
donde ahogar los dramas de este mundo
para después descansar en la ribera.
el refugio, que está en la cabecera
del vivir. Y prometer que en esta primavera
a cumplir va con aquella que le ama
viendo como a su vera su sangre se derrama
en una sementera. Eso es lo que quisiera.
Y tropezar, caer, sobrevivir
y de nuevo volver a las andadas
cual borrego que sigue a las manadas.
Y aunque ya inevitable sea el sufrir
expulsar las lágrimas al viento
y en este abundamiento
después plácidamente,
desnudo, ir a descansar eternamente
con el mejor talante
para al final morir de sed de amor en un instante.