Vengo engullido de propuestas indecentes,
donde mis ojos le otorgan fauces a tu nombre,
donde mi boca le brinda fuegos a tu estambre,
donde tus ojos son arpones para el alma,
donde tu boca es una adelfa por vexilio… Vengo;
recogiéndome rastros tras el paso por tus ánforas de carne.
Tiene rostro de mil dentadas llaves,
la piel de un extraño y alegre oro maderal,
en sus ojos la constancia del viador,
en su boca el universo, y su voz porta el quetzal.
Viene vertiendo fabulas de savia dulce, casi posibles,
yo quedo saboreándole magma ardiente, casi intangible.
Viene a roerme en el misterio de su aurora incorruptible,
tiene adrales adimencionados para un paso imprescindible.
Viene… cual beso alado en un destello de éxtasis inamisible.