Estas zapatillas, de madera y excremento, profetizan lo que acabará haciendo la vejiga de la tormenta: desintegrando nuestras solicitudes de días soleados y expulsándolas a través de la corriente de sus vientos.
Bailando fuera de su cuerpo mantiene sus pupilas la niebla,
pues es obvio que el ritmo de sus partículas es serpenteado, indeciso y mezquino.
Terminemos con el baile, un desierto tendría más ritmo que la ebriedad de nuestros pies.
Y qué de la frecuencia con que el rigor se apodera de los espasmos de la lluvia?
se ha vuelto cotidiano el pisoteo de las lágrimas del polvo.
Terminemos con la fiesta, un desierto sería más divertido.
Pues todos acuden a la fiesta de la vid, pero nadie se retira al descanso abrasador de los desiertos de mi cuerpo.
Asesinemos al anfitrión, pues con su astucia nos insta a volvernos vino derramado en sus entrañas.
Acabemos con las orgías, resultaría menos estéril el tacto de las arenas erógenas del desierto con el útero del silencio.
Terminemos con los salmos
y empecemos a fraguar los límites de la armonía.