kavanarudén

No puedo

    

 

 

¡No puedo! - Me dijo mientras me miraba a los ojos –

 

¡Sí puedes! Inténtalo.

Tienes la capacidad para hacerlo, estoy seguro de ello.

Tus potencialidades son fantásticas.

Otras cosas has superado, verás que puedes superar también ésta.

No estás solo, yo estoy aquí y te apoyo, pero tienes que hacerlo tú. Estaré a tu lado

– le dije sosteniendo su mirada, con voz serena, firme, tratando de expresar, a través de ella seguridad, serenidad, optimismo -

 

¡NO! – me dijo casi gritando –Acto seguido, se levantó y se marchó tirando la puerta al salir.

 

Me quedé contemplado la puerta, con la esperanza de que regresara, pero no regresó.

 

En el sendero de mi vida, me encuentro con tanta gente. Entro en empatía rápidamente con mi interlocutor. No por mérito, es un don recibido que debe ser compartido. En silencio escucho lo que más puedo.

Todo se basa en el escuchar. Un escuchar profundo que no solo se centra en el lenguaje hablado, sino también, diría sobre todo, en el lenguaje no verbal.

Este último es el medio por el cual más nos comunicamos los seres humanos: tono de voz, movimientos varios, expresiones en toda su gama, pausas de silencio, respiración, muletillas, todo lo que tiene que ver con lo que no es verbal, que comienza ya cuando las miradas se encuentran por primera vez y se da la mano al interlocutor.

Es increíble todo lo que se puede trasmitir con una mirada o con un simple “apretón” de manos.

 

Temo profundamente a las palabras “no puedo”. Se crea automáticamente un muro que no deja espacio a la comunicación. Es tan poderoso que ni Dios mismo, con todo su poder, logra derribar ese muro ya que respeta profundamente la decisión, del individuo, su libertad.

Sustituir el “no puedo” por “lo intentaré” te abre un horizonte inmenso y te permite luchar junto con el otro, hasta derramar sangre si es posible, porque sabes, estás seguro que el otro intenta, pone todo su esfuerzo y ganas. Eso basta. Un “lo intentaré” hace maravillas en el ser humano. Tú solo acompañas, das una mano, eres un sostén, el otro es el que logra hacer todo. Es la maravilla de una relación de ayuda. No sustituir, sino acompañar y sostener. Aunque se sepa cual es la senda justa, no mostrarla, sino ayudar al otro a que la descubra, así podrá recorrerla con más entusiasmo porque la considera suya y lo es, su logro.

 

“No puedo” tiene el sabor amargo de la derrota, de la desilusión, del fracaso total.

Te hace sentir impotente, que no hay escapatoria. Sientes como lentamente un peso va descendiendo en tu ser y se te hace difícil el caminar. No logras sostener la frente el alto, automáticamente bajas la cabeza y te encorvas al nadar. Todo se ve negativo y sin salida.

El punto justo donde se siente, este maldito “no puedo”, se encuentra en la boca del estómago, creando un vacío inmenso que se traduce en un ansia existencial.

Las rosas pierden su aroma, el sol su brillo intenso, se nubla el horizonte y desciende el frío, la húmeda niebla que hace doler los huesos, los tuétanos.

La consecuencia lógica es aislarse convencidos de que nadie nos puede ayudar, comienza de esta manera un proceso de autodestrucción.

 

Ninguno está exento, yo el primero. No caigamos en la tentación del “no puedo”, sustituyámoslo siempre por “lo intentaré de nuevo”. Perder una batalla no significa perder la guerra. No somos seres de la derrota, sino del triunfo.

El fracaso, libro abierto cargado de enseñanzas, es la antesala de la victoria.