Un dardo maculó el bosque tupido,
lo infestó con remendada mandanga,
desterrando por orden del Candanga
a ese curioso palomo bellido.
A cada ramaje se le ha prendido
sobrada alcandora de morondanga,
y a la montaña su notable manga,
quedando en suspenso el sol afligido.
La santidad a esa incivil malicia
intentó con gran valía destruilla,
pero venció la importuna ruindad.
Entonces, con esta era sin caricia,
el beber hortacha en aquella orilla,
es lo que toca, por la eterna edad.