Calamar, te vi, llevar la barca al naufragio
desde la lágrima diminuta, allá en Getsemaní...
Lágrima bonita, lágrima redonda,
la taberna del bufón que llora de contento
por aquella que en la costa tenía cuerpo de canción.
Hurta, ballena, los peces que abundan en la cesta
y comparte a los tuyos las aguas del mar pequeño...
Si somos pascua del mismo elemento
en la taberna del bufón que espera agavillado
las esquelas, la muerte, y un beso de humo blanco.
Te enamoras, bufón, del maquillaje alegre sin granos
y te comportas muy humilde cuan perro de Marcial Gacho.
Pues con hundirte en el ensimismamiento
en la taberna de tiberio, en la tibia agonía del Tíbet
que como tu desconcha el cabello de lengua de las margaritas.
Te vi, gaviota, abrir tus alas con vinagre en los ojos
y más de una vez, te abrazó el viento, tus plumas de salitre.
Mías son tus fotos, que en corro con el futuro
en la taberna a pie de playa, el bufón su llanto calla,
porque muerto no hay ¡Ni que los haya!
quien le invite una trova nueva
con cubatas y limones en rueda
servido en un vaso sucio.
Blas Roa