Apago la luz.
Un tenue rayo de luz lunar se cuela por mi ventana, dando un toque plateadamente mágico.
Con paso lento te haces presente.
Te cuelas en mi lecho. Siento tu fragancia tenue de adormidera, agradable, suave. Aroma a silencio, a eternidad, a quietud.
Me relajo cada vez más. Mi respiración se aquieta, reflejo de mi frecuencia cardíaca estable y serena.
Media vuelta, me pondo de lado. Respiro mis sábanas que atesoran mi olor. Abrazo mi otra almohada. Me siento abrigado, protegido, sereno. Sensación que no se puede describir con palabras. Parte de mis sábanas las meto entre mis rodillas. Manía infantil que todavía conservo.
Mis últimos pensamientos se van desvaneciendo.
Entro en un dulce letargo y pronuncio el nombre del amor de mi vida. Dulce mantra protectivo. Siento que me abrazas lentamente, me abandono.
Te estoy eternamente grato porque me haces estar de nuevo con la persona que amo, destruyendo las distancias. Podemos amarnos libremente, besarnos, caminar por parajes hermosos, reír y llorar juntos. Hacer el amor una, dos, mil veces. Puedo sentir su calor, su olor, su presencia real que destruye, por completo, mi amarga soledad.
¡OH Morfeo! hijo de Hipnos y Nix, encántame, llévame. Introdúceme en su mundo onírico. No soporto esta cruel distancia que nos separa. Me conformo con una noche y si te apiadas de mí, llévame otra y otra noche más.
Te entregaré mi voz canora, que de nada me sirve ahora, si lejos de mi amor estoy.