AÑORANZAS
Cuando el manto de la noche
inicia la retirada
y cede el paso a los brotes
que anuncian la madrugada,
como dos gotas de azogue
mis pupilas se dilatan
mientras gime el horizonte
su canción lacia y amarga.
Mi corazón desolado
busca tu aliento en las sábanas
y mis manos, tu costado.
Y un aroma de albahaca
aun evoca el desencanto
de una ausencia envenenada
que se mofa de mi espanto
de rabia y desesperanza.
Me acuerdo de aquella historia
de miel y de flores blancas,
de arándanos y de moras
bajo un rocío escarlata,
de caricias temblorosas
y de unos labios de grana
que entre risas deliciosas
la vida entera me daban.
Fuimos a todas las lunas
allá donde se encontraran,
conquistando una por una
nebulosas y galaxias.
Montañas, valles y dunas
no detuvieron la marcha
ni condicionaron nunca
nuestra dicha alborozada.
Y después de la explosión,
cuando la mar se calmaba,
rosas rojas de pasión
acolchaban nuestra cama.
Entre besos y caricias
nuestro amor eclosionaba,
Tú, pintada de sonrisas
yo acariciando tu espalda.
Y en los andenes del sexo,
cuando el éxtasis se alcanza
se escapó de entre los dedos
nuestra dicha deseada.
Nuestro cariño fue un sueño,
una aventura truncada,
un perro que no tuvo dueño,
una estrofa desgastada.
¿Sexo? En la casa de empeños.
Frases que no decían nada,
un nubarrón en el cielo,
dos lágrimas en mi cara
y a las puertas del infierno
un diablo en horas bajas,
que no conocía tormento
mayor que el que me mataba.
Viento de Levante