Yo ayer subí al parnaso de sus ojos,
trepando, fuí accediendo con sigilo
agarrándome a una ilusión, un hilo,
desde el contorno de sus labios rojos.
Noté de sus mejillas los sonrojos
a medida que al cielo me acercaba,
en tanto que la luna me miraba
juzgando mis deseos, mis antojos.
Y así me vi encaramo a sus pupilas
observando a través de la mirilla
con la angustia cobarde del intruso,
y aunque yo no me creo un meapilas
tanta fue la impresión, tal maravilla,
que en su cárcel de amor me hice recluso.