Ramona, se llamaba la cabra,
la chiva de los gitanos canasteros.
Cuando, la trompeta, sonaba
subía sobre unos cubos
cada vez con más altura,
más estrechos
y con menos holgura.
Sus cuatro patitas atinaban
en equilibrio, en una micra.
Los niños hacían un corro
allá donde paraba la trupe
y un pasodoble de viento
anunciaba a Ramona,
la cabra equilibrista.
Sobre la escalera,
Ramona, era una estrella.
Que poco pedía la cabra
por trabajar todo el día:
hierba fresca,
cerca de los caminos
y agua de los arroyos,
donde crecen los juncos
con que hacer los canastos.
Ramona daba leche
(...cada vez menos)
dormía con los perros,
soñaba con ser la luna.
Subida en aquellos cubos,
de puntillas, sin tutú,
parecía bailarina.
Unas piedras amontonadas
son ahora su manta.
Una escalerita de madera
en equilibrio sobre ellas.
Los perros,
con la cabeza gacha
y el rabo quieto,
detrás del carro.
Delante, el camino es largo.