Ella conmovida nos miraba,
mientras recorríamos suavemente ese cielo
“a lo que nosotros le decimos beso”,
si a eso mismo que hizo que la tarde se volviera luna.
Aquello fue entonces el preámbulo a la necesidad cautiva,
la que tranquilamente me volvió esclavo de pensarla,
de sentirla nuevamente.
Mirando a esa que colgaba en el azul
de regreso a mi reposo,
sentí que se puso tan grande y soberbia
como si nos felicitara por nuestro acto.
Alucine con ella,
me sentía aludido,
ver dos sublimes hermosuras
la una mujer y la otra un astro.
Si, a esa a la que le llaman luna.
¿Y quién no va a estar así?
después de tanto tiempo
desearla tener en mis brazos.
A la larga ella habita en su mundo
donde a la vista no me ve,
como si la misa suerte impredecible
me jugara en contra.
Porque tan triste amanece el cielo,
pregunto la luna después de vernos,
no sé qué pensara ella,
si no decide por la admisión
donde la misma luna aplaudió nuestro beso.