Cuarenta número que YAHWEH
marca para terminar
un tiempo de prueba completa
satisfecha la paciencia
de la prueba que produce paz,
y confianza plena lleva.
Cuarenta, ya suman cuarenta
los años de tu ausencia.
Por eso esta noche
he pretendido buscarte
en mi interior
que es donde vives todavía,
rastreo tus señas
hurgando la superficie polvosa
de los muebles de la casa,
que aun tengo a mi alcance,
estos donde tú y mi madre
acostumbraban recibir las fiestas
y los comensales que por tropas
numerosas venían
al cumplido social
o al compromiso familiar
pasando revista de presente,
delante del patriarca,
lo mismo tus hermanos
que mis hermanas,
tus nueras que mis tías,
tus yernos y sobrinas.
Tus nietos y mis sobrinos todos,
se postraban delante de ti
como si hubieras sido un obispo.
Que si hubieras tenido anillo papal
¡mira que te lo habrían besado!
emulando a los lacayos de un rey.
Y mira...
¿Quién de todos estos
hoy recordarán qué fecha es?
Quizá solo yo, el hijo de tu vejez,
Ben-Oni [hijo de aflicción] fue mi nombre,
como el hijo que Rakjel
poco antes de morir, parió para Yaakov.
Por eso hoy te busco
en las viejas canciones
que recuerdo ligadas a ti
y a mi madre juntos.
Te busco en mi rostro y en mis canas,
en la complexión pícnica
que he adquirido
con el paso de los años.
Y ahora en mi obstinación
por usar esos sombreros
que se acostumbraban
a mediados de los treinta
del siglo que pasó.
Ya no estoy triste
a fuerza de extrañarte
y de llorar tu ausencia,
aprendí a olvidar el dolor,
y a mirar los pocos retratos
tuyos que me quedaron
sin sentir estrujado el pecho.
Quizá por la esperanza de llegar
a encontrarte luego, no aquí.
Duerme tranquilo padre,
que aun es tiempo de dormir.