Carlos Fernando

Cuarenta años

 

Cuarenta número que YAHWEH

marca para terminar

un tiempo de prueba completa

satisfecha la paciencia

de la prueba que produce paz,

y confianza plena lleva.

Cuarenta, ya suman cuarenta

los años de tu ausencia.

Por eso esta noche

he pretendido buscarte

en mi interior

que es donde vives todavía,

rastreo tus señas

hurgando la superficie polvosa

de los muebles de la casa,

que aun tengo a mi alcance,

estos donde tú y mi madre

acostumbraban recibir las fiestas

y los comensales que por tropas

numerosas venían

al cumplido social

o al compromiso familiar

pasando revista de presente,

delante del patriarca,

lo mismo tus hermanos

que mis hermanas,

tus nueras que mis tías,

tus yernos y sobrinas.

Tus nietos y mis sobrinos todos,

se postraban delante de ti

como si hubieras sido un obispo.

Que si hubieras tenido anillo papal

¡mira que te lo habrían besado!

emulando a los lacayos de un rey.

Y mira...

¿Quién de todos estos

hoy recordarán qué fecha es?

Quizá solo yo, el hijo de tu vejez,

Ben-Oni [hijo de aflicción] fue mi nombre,

como el hijo que Rakjel

poco antes de morir, parió para Yaakov.

Por eso hoy te busco

en las viejas canciones

que recuerdo ligadas a ti

y a mi madre juntos.

Te busco en mi rostro y en mis canas,

en la complexión pícnica

que he adquirido

con el paso de los años.

Y ahora en mi obstinación

por usar esos sombreros

que se acostumbraban

a mediados de los treinta

del siglo que pasó.

Ya no estoy triste

a fuerza de extrañarte

y de llorar tu ausencia,

aprendí a olvidar el dolor,

y a mirar los pocos retratos

tuyos que me quedaron

sin sentir estrujado el pecho.

Quizá por la esperanza de llegar

a encontrarte luego, no aquí. 

Duerme tranquilo padre,

que aun es tiempo de dormir.