Cuando el otoño nace
y la lluvia es viento blanco y suave,
sobre nuestros hombros baja,
más bien en todos lados.
Juegas sobre grises cicatrices entre cerros,
en esas heridas que no perdonan.
Pegaso sin voz ni vida,
rompe viento peligroso,
el aire espeso azota nuestros rostros,
brutal, amable
y triste por mil descensos.
Temporal cubierto de senderos finales,
alfombra líquida,
vistes el musgo
de ese rojo ajeno al paisaje.
¡Sangre! ¡Sangre!
Vastedad,
de almas,
escapan entre el verde de los pinos,
tocan con sus dedos el cobre de los techos,
saltan en el cielo.
Y las noches se hacen menos fuliginosas,
con aquel faro,
llama de tu último fuego,
sobre un pedazo de mezcolanza rígida,
por el frio,
por el tiempo,
a la orilla del ultimo de tus caminos.
¿Qué lugar para morir?
que no sea ahí…