Cuando naciste la tristeza se soñó
frescura en el paladar de la vid,
y la melancolía le sonrió cautiva
a todos los abanicos de Sevilla.
Tradujiste al fuego ardiente
de llanto, el trino del ruiseñor
que canta la intimidad del silencio
y la sensualidad del pálido suspiro,
que ni el olvido y su perpetua flama
al recuerdo de la ceniza reducir pudieron.
La desdicha se acostumbró a tu esperanza,
, y el día nublado a visitar consuelo
al balcón de tu alma de luceros
perfumado, que llegado el día del adiós,
hasta Helios enlutó; las musas lloraron
el descanso ansiado de sus dedos;
la espina retoñó en tu sudor halagueña
rosa; y Selene a tus párpados en tersa
blancura cerraron, y a tu postrera sonrisa
con la cera de tu llanto embalsamó.