Había para ti un mundo qué pintarte con los labios,
con la distancia entre la luna y las estrellas de abrazos.
Tenía en la piel una casa con cuartos amueblados
y una almohada como cielo en el regazo.
Habría llenado con tu risa cada rincón de mi cuarto
y compartido la nada contando las baldosas del suelo de tu mano.
No tenía nada para darte todo…
Miles de noches como Dios nos echó al mundo para morirnos juntos.
Ya tenía dispuesto todo… Un corazón bueno y unos brazos amplios,
las sábanas nuevas y los pisos limpios para andar descalzos.
Te tenía un pequeño gran mundo preparado.
Me faltaba apenas tan poco…
El pequeño gran detalle de que tú quisieras habitarlo.