Estos pueblos unidos a Valencia
por un metro ruidoso y persistente,
seres son de estos lares, esta gente,
que arrejuntan reflujos y cadencia.
Mientras viajan penando penitencias
-los viejos recordando a sus ancestros,
los jóvenes preñados de proyectos-
todos van dibujando sus presencias.
Andamos cual si fuéramos cabestros,
cada uno con su gorro y su chistera,
ingenuos aprendices y maestros.
Un empujón, un ¡ay!, un retroceso,
rechinar de una puerta que se altera
un te quiero, adiós, quizás un beso.
Abstraidos pasando van los huertos,
floridos en otoño y primavera,
naranjos a los lados bien despiertos.
De pronto es el infierno que oscurece
y sumerge. Y al fin es la escalera,
que alumbrará a la vida donde crece.