Andrés

LA HISTORIA DE TADEO

LA HISTORIA DE TADEO

 

I

 

Siempre he sentido curiosidad por saber algo de la vida de los demás, saber si alguna decisión, fracaso o éxito ha cambiado el rumbo de su vida. Pasaba horas del día viendo solamente el techo de mi habitación pensando en cosas de la vida diaria, momentos pasados que algunas veces no supe aprovechar. Hoy en día muchos se estresan al tomar una decisión, por muy sencilla que sea. Si se es hombre, por ejemplo, decidir cuál corbata ponerse es cuestión de minutos o de horas. Si se es mujer, ni se diga. Horas pueden pasar y una vez que se probaron el guarda ropa completo, deciden usar el primer pantalón que agarraron. Ese era el caso de mi madre. Ese día llevaba cuarenta y cinco minutos probándose unos vestidos, al inicio se probó uno de color rojo, que estaba seguro que era el que se llevaría.

-¿Cómo se me ve? –preguntó una vez que salió de probarse el último vestido.

-Se ve te ve bien madre –le respondí.

-Está bien cariño, todos se te ven bien –respondió mi padre- necesito un descanso, he trabajado mucho. Creo que hoy saldremos para olvidarnos de todo, ¿qué opinan?

-No papá, hoy saldré a caminar, necesito inspiración para escribir algo. Si es que salen, vayan ustedes solos, disfrútense –dije.

-Espero que algún día escribas una buena historia hijo –dijo mi padre.

-Llevare el vestido rojo, ese me gustó más –respondió mi madre- y sí cariño, está bien, salgamos –concluyó mirando a mi padre.

Una vez que pagaron el vestido, nos dirigimos a casa. Ese día fuimos al monte, a la casa de retiro que está cerca de una cañada, ahí solíamos pasar los fines de semana. Tenía yo en ese tiempo algunos veintidós o veintitrés años. Llegando al inmueble, duré minutos dentro y como le había dicho a mi padre, salí a caminar. Me llevé un par de cervezas que compré a escondidas y que pensaba tomarme solamente para relajarme y olvidar los errores así como los fracasos que en ese entonces había acumulado en mi vida.

Caminé un buen rato sin dirección, hasta que me encontré entre grandes árboles. Trepé hasta la mitad de uno de ellos, el cual estaba tupido. Me dispuse a escuchar el sonido ambiente del lugar, respirar ese aire puro y en ocasiones caliente. Me dispuse también a ver las nubes blancas con gris las cuales al parecer daban señas de que quería llover pero aún estaban lejos de donde yo me encontraba. Ver hacia el horizonte lo más lejos que me lo permitieran los ojos.

Recuerdo que casi era la hora en la que el sol comenzaba su descenso dejando libre el cielo para que se apoderaran de él esos puntos lejanos y luminosos llamados estrellas. Estaba sumido en total tranquilidad, no llevaba ni dos cervezas cuando de pronto escuché cuchicheos de unos hombres que andaban por ahí. Creí que eran leñadores o cazadores, pues había muchos animales y leña seca cerca de esa cañada; pero para mi sorpresa eran hombres con capucha y armas grandes. Tenían a un hombre golpeado y en mal estado. Me asusté pero no me moví ni hice el menor ruido, realmente estaba asustado. El joven no llegaba ni a los 28 años de edad, tenía una barba muy tupida y cabeza totalmente rasurada, gritaba o al menos trataba de hacerlo: ¡yo no sé nada! ¡yo no sé nada!. Los hombres solamente le daban golpes en su cuerpo con lo que parecía era un cinto de cuero.

-Oh sí, sí que sabes una cosa: ¡te vas a morir maldita rata! –le dijo uno de los hombres mientras se quitaba la máscara y prendía un cigarro, no lo pude reconocer.

-Te lo juro jefe ¡yo no sé nada!.

Líneas de sangre salían de su boca de tantos golpes que había recibido. No quisieron saber ni escuchar nada más, uno de los hombres –que en total eran cinco- preparó su arma, cuando de pronto una manada grande de coyotes apareció en el suceso. Parecía la escena de una película en donde los animales de la selva acuden en ayuda del necesitado, pero nada de eso. Los cinco hombres abrieron fuego contra ellos, matando a tres de los pobres animales. El sujeto de tupida barba y cabeza rasurada aprovecho la situación para correr, pero poco le duró ese sabor a libertad que pudo llegar a tener, pues el sujeto que no traía capucha se volteó de inmediato y disparó su arma contra él, dándole en la espalda. El sujeto de la cabeza rasurada no había corrido más de cinco metros cuando su cuerpo calló de golpe al suelo. La escena me perturbo demasiado, sentí como la sangre se me fue a no sé dónde y cómo los sentidos me abandonaban. Estaba asustado porque no quería que me descubrieran y me mataran. El sujeto cayó frente al árbol en el que yo estaba trepado, no me podía mover porque después haría ruido y me descubrirían. Al suceder esto, ya estaba un poco oscuro, no me di cuenta cuando el sol se ocultó. Los encapuchados prendieron las lámparas que traían sus armas para alumbrar hacia donde cayó el sujeto. En un despojo total de sentimientos humanos se acercó el mismo tipo que le disparó y pisó su cuello, yo solamente cerré mis ojos para escuchar el disparo.

-Vámonos. Esos coyotes arruinaron todo; pero ahí le dejamos a esa rata para que se alimenten –dijo el sujeto, mientras los demás afirmaron con la cabeza.

Yo no supe que camino tomaron, sólo supe que me espere hasta la media noche. No me podía mover, estaba temblando de frío y de miedo. Volteaba hacía abajo y veía el cuerpo sin vida y ensangrentado del sujeto. Pensaba que en casa debían de estarme buscando y gritándome, cosa rara, pues no escuche mi nombre en ningún momento, pero aun así lo pensaba. Los coyotes tenían miedo, pues no se acercaron a comerse al sujeto de inmediato, a pesar de que ya andaban rondando el cadáver a una distancia segura. Agradezco que sólo ellos hayan logrado olerme y verme trepado en el árbol. Agarré valor de donde pude para bajar y correr a mi casa. Caí de golpe encima del cuerpo, que de cierta forma le agradezco que estuviera ahí, pues si caía directamente en el suelo seguro me rompo una costilla. Toqué algo de sangre y me limpie en el pantalón, uno de los coyotes se abalanzó sobre mí, o sobre el cuerpo frío y muerto del sujeto. No sé contra cuál de los dos fue, sólo sé que me levante y corrí. Corrí como nunca en mi vida, no recordaba el camino, la respiración me faltaba y todo era realmente oscuro. Cuando la paranoia quería apoderarse de mí, en un golpe de suerte y desesperación, vi la piedra en donde ocasiones anteriores me había tomado un par de fotos. Lo último que recuerdo fue que llegué a la roca y me desmayé.

Estuve cerca de una media hora desmayado. Tuve suerte de que los coyotes no me hicieran daño. Un poco más tranquilo me fui caminando a la cabaña, y al llegar, me sorprendió ver todas las luces apagadas y no encontrar señas de mi madre y mi padre. ¿Dónde estarán?, me pregunté abrumado. seguro se han de haber acostado temprano. Para mi segunda sorpresa cuando fui a la habitación de mis padres no había nadie. Pensé lo peor, ¿qué tal que esos hombres se los hayan llevado?, no, no lo creo, creo que ellos se fueron por otro rumbo y dudo que supieran que aquí había una casa. La red telefónica en ese entonces no tenía demasiada cobertura, y yo no tenía teléfono celular. Busqué a mis padres por toda la casa y no encontré a ninguno. Me asomé al garaje y el automóvil no estaba, así que supuse que se habían marchado de fiesta y aún seguían ahí. Mejor me fui a dar un baño y posteriormente a dormir para que se me quitara el susto. Pasó aproximadamente una hora cuando un fuerte ruido me despertó. Alguien golpeaba la puerta y pensé que eran mis padres y que por mera causalidad no se llevaron las llaves. Con dificultad salí de mi habitación y abrí la puerta, pues me dolían los pies de tanto correr. Al ver quien tocaba me llevé una gran sorpresa: era la policía y una persona de bata blanca con guantes y una cámara. Nuevamente pensé lo peor.

-¿Eres Tadeo? – Preguntó el policía.

-Sí, sí soy. ¿Cómo sabe mi nombre? ¿Qué pasó oficial? –le dije con voz desesperada.

-Aquí todos sabemos el nombre de todos. Basta saber el nombre de tus padres. Y en cuanto a estos últimos será mejor que estés preparado para lo que te voy a decir –respondió.

Se me hizo un nudo en mi garganta, tragué algo de saliva y agarré coraje para preguntar nuevamente qué pasó.

-Bueno, no sé por dónde comenzar. Hubo un accidente de tránsito en el que se vieron involucrados varios vehículos, tres para ser exacto. Una camioneta gris en la que viajaban cinco hombres armados, un automóvil blanco, -hizo una leve pausa mientras volteaba a ver al sujeto de la bata blanca- y una camioneta negra.

-¡No puede ser! –le dije con la voz quebrantada- esa es la camioneta de mis padres. ¿Do… dónde están? ¿Cómo están? ¡Dígamelo! –En ese momento se formó un nudo en mi garganta que casi me ahogo con mi propia saliva.

-Tranquilo hijo. Cuatro de los cinco hombres que manejaban la camioneta gris murieron, viajaban a exceso de velocidad, los jóvenes que manejaban el automóvil blanco iban en estado de ebriedad.

-¡Eso no me importa, yo quiero saber cómo están mis padres! ¡Dígamelo carajo! –No aguantaba ya las lágrimas.

-Bueno si ellos eran tus padres desafortunadamente debes de saber que tu padre –hizo una leve pausa y tragó aire y con voz seca me dio la noticia- lamentablemente murió. Él no traía puesto el cinturón de seguridad y se estrelló en la parabrisas. Tu madre está en el hospital y desconozco su situación. Sólo necesito que me digas una cosa: ¿viste a los sujetos armados por aquí? pues sospechamos que algo hicieron.

No sabía si responderle o no, fue tan terrible saber lo que había sucedido. Me hundí por segundos en un pensamiento el cual hizo que de mis labios surgiera la palabra “sí”, sin darme cuenta.

-¿Dónde? ¿Qué hicieron? ¡responde carajo! –me dijo mientras volteaba a ver al hombre de bata blanca nuevamente.

-Por allá. –respondí.

-¡Dónde maldita sea! –dijo en un tono molesto mientras desenfundaba su arma.

-¿Por la cañada? –me preguntó ahora el sujeto de bata blanca- anda llévanos -finalizó.

-¡No!,vayan ustedes, para eso les paga el gobierno. Yo tengo que ir a ver a mi madre –le respondí muy molesto.

-Mira muchacho –dijo el policía mientras cuadraba su posición- tienes que llevarnos, nos tardaríamos horas en encontrar algo pues no conocemos bien la zona. Necesitamos que tú nos digas donde ocurrieron los hechos que mencionas.

-¿Qué? ¿Cuáles hechos? Yo no he mencionado absolutamente nada, unicamente dije que los vi por la cañada.

-No hagas que te lleve a las malas –dijo el policía frunciendo sus cejas- entre más rápido vayamos, más rápido vas a ver a tu madre, además aquí estamos perdiendo el tiempo.

Debo de admitir que solo pensaba en mi madre, pues ella era lo único que me quedaba. No tenía vehículo para ir al hospital. Así que pensaba pedirle de favor que me llevaran. Aunque para ello, tenía que llevarlos al lugar del terrible incidente.

-Vamos pues, pero síganme el paso que quiero llegar rápido –les dije al oficial y al sujeto de la bata blanca.

El policía de inmediato habló unas cuantas claves por su radio y nos marchamos del lugar. Tardamos veinte minutos en llegar al árbol donde estaba trepado. El cadáver inerte, descompuesto y mordido del sujeto ya no estaba en la misma posición. Los coyotes habían arrancado de su cuerpo parte de las piernas, brazos, abdomen y cuello. Una escena asquerosa y macabra. El sujeto de bata blanca de inmediato comenzó a sacar fotografías. Yo les narré todo lo que recordada, lo que había dicho antes de morir, como le dispararon, y por donde ganaron los sujetos una vez que realizaron su cruel homicidio.

Pasó una hora y media, hasta que me dejaron marchar.

-Anda muchacho, ve a ver a tu madre. Con lo que nos has contado es suficiente. Mañana con más calma vas a la Agencia del Ministerio Público a que te tomen una comparecencia. Veo que no tienes en que ir al hospital, anda te llevara uno de los agentes en la patrulla para que llegues lo más rápido posible.

-Gracias oficial. –musité entre dientes.

El hospital estaba a 45 minutos de distancia, pero con la ayuda de la patrulla, el tiempo se redujo a la mitad. Al llegar, nadie podía decirme con exactitud en qué situación estaba mi madre. Hasta que en un acto de desesperación tomé a una enfermera del brazo y le di el nombre de mi madre y le conté lo del accidente. Me señalo que estaba en operación, que debía esperar. Cuatro crueles horas en la sala de espera. Al salir un doctor de una de tantas puertas del hospital, se acercó hacía mí y me preguntó mi nombre y otros datos. Me señaló la habitación en la que estaba mi madre. Me dijo que ahí estaría otro doctor y él me diría el estado actual en el que se encontraba mi madre. Al ubicar el cuarto y entrar, la escena me perturbo: Mi madre con vendas en la cabeza, un tubo salía por su garganta, rodeada de aparatos que hacían un ruido que me parecía molesto y monótono.

-¿Es usted pariente de la señora Pérez? -escuché una voz cerca de mí.

-Sí, soy su hijo, Tadeo – respondí.

-Tengo que hablar con usted, pase por favor. –Me dijo el hombre de bata blanca, quien traía lentes y no tenía bigote, él era el doctor que también atendió a mi madre-. -Mire joven, lamento mucho lo sucedido, su madre…

-¡Doctor! ¡Doctor! ¡El paciente de la cama seis le está dando un ataque cardiaco! –interrumpió una enfermera asustada y paranoica.

-¿¡Qué!? ¿¡mi madre qué!? Con un demonio ¡respóndame! –dije enfurecido.

-Permítame joven –respondió casi gritándome, pues en el instante que la enfermera le dijo lo del paciente de la cama número seis, el médico se alejó.

Se me hizo eterno ese momento. A mi madre no podía dejar de observarla, me daba tristeza verla ahí inmóvil y respirando por un aparato extraño que subía y bajaba. El doctor no tardó en regresar.

-Perdón joven. Continuo. Nosotros no podemos hacer nada por su señora madre, seré directo y sincero, no le daré falsas esperanzas. Ella sufrió un severo golpe en la cabeza y parte de la columna vertebral. Las posibilidades de recuperación son casi nulas, lamentablemente quedará en estado vegetal.

No podía creer lo que me estaba diciendo el hombre de la bata blanca.

-No… no… no doctor no me diga eso –las lágrimas asomaban por mis ojos como queriendo ir hacia donde yacía mi madre. Para ver si ellas podían hacer algo.

-Lo siento mucho joven. Ella respira, su corazón está vivo. Mantenemos las funciones vitales de su cuerpo por medio del aparato que está ahí a su izquierda. Lo difícil viene ahora, tendrá que tomar una decisión.

-¿Cuál? –le pregunté mientras veía como observaba mis ojos inundados de lágrimas.

-Como usted es el único pariente directo de ella, tiene que decidir si quiere mantenerla en ese estado; conectada al aparato o no. Para ello tiene que firmar este documento, nosotros no podemos tomar esa decisión. Tenga lo dejo en sus manos.

-No doctor, déjeme pensarlo. No me entregue aún ese documento. –le dije mientras apartaba con mi mano la tablilla que sostenía el papel. El doctor se retiró.

Mi mente, mi ser, mi alma, sentían un dolor enorme. ¿Habrá acaso alguna pablara que sea lo suficientemente exacta para describir lo que sentían? Creo que no. Padecía en ese momento un fuerte dolor de cabeza, ya no podía llorar más. Mis lágrimas al parecer se terminaron en ese momento.

Recordé muchas cosas mientras le sostenía la mano a mi madre. Recordé mi vida por completo, los regaños, sus regalos, esos consejos que hasta ahora entiendo. Recordé también sus lágrimas de alegría, sus dolores, las peleas con mi padre cuando él me pegaba.

Mi padre… deben de estarle practicando la necropsia de ley. Pasaré a recoger su cuerpo en unas horas más, esperaré a que me busque el oficial, ya que no sé dónde están practicándole dicho acto de carnicería. De tanto recordar y llorar me quedé dormido.

Pasaron algunos minutos cuando de pronto un ruido me despertó. Abrí los ojos esperando que todo fuera un sueño, pero cuando volví la mirada a mi madre y sentí su mano pálida, fría y casi inerte, supe que era tan real como el hospital. Minutos después entró el agente de policía que me había traído al hospital, quería que fuera a reconocer y recoger el cuerpo de mi padre.

-Sí, está bien, ya voy, sólo deme un minuto más. -Le dije casi susurrándole-. Mamá, sé que me escuchas, iré a ver a mi padre. En un momento regreso –dije en su oído de manera tranquila.

No tardamos en llegar al edificio del Médico Forense, olía a carne y sangre, había moscas por donde quiera. Afuera, una caja llena de batas azules, gorros y guantes manchados de sangre. El olor de ese lugar llegó hasta lo más profundo de mis pulmones y me dio algo de asco. Cuando entramos, a la sala de necropsia, la escena me perturbó un poco. En las paredes había serruchos, arcos con una segueta muy fina, martillos y moscas, todo estaba manchado de sangre.

Volví mi mirada, frente a mí estaba mi padre, más tranquilo que nunca. Creo que la muerte le hizo un favor, pues toda su vida se la había pasado trabajando y quejándose de que no tenía un momento para descansar. Ahora, ya no será unicamente un momento, serán años y más años. Lloré desconsolado, no sabía que haría sin ninguno de mis padres. Era joven e inexperto, ¿cuántas veces mi padre intentó enseñarme a hacer cosas? ¿cuántas veces preferí no hacerle caso?. Me dejaron sólo con el cuerpo de mi padre, por aproximadamente diez minutos. Diez minutos en los que le dije cuanto lo amé y le pedí perdón. Me despedí de él, no supe cuántas veces. Lloré, sí, lloré nuevamente como un niño, quería que él me sostuviera en brazos para callarme, pero nunca fue así.

Cuando me encontré algo controlado entró el doctor y me preguntó si era él. Pregunta tan más estúpida.

-Sí, él es. –le dije mientras se acomodaba para coser un cuerpo con hilo negro y una gruesa aguja. De inmediato reconocí el cuerpo. Era el sujeto de cabeza rasurada y tupida barba. Su cuerpo era un desastre total.

-Está bien muchacho, lo lamento mucho. ¿Conoces a alguno de estos sujetos? –me pregunto mientras les descubría del rostro.

-No, no los conozco. Espere, sí ese de ahí sí se me hace algo conocido. El lugar era oscuro, pero sus rasgos se me hacen conocidos, quiero pensar que él fue el que le disparó al sujeto de la cabeza rasurada. ¿De qué murió él? –pregunté asombrado.

-Pues mira, tu padre murió de asfixia pues se quebró el cuello y tuvo graves lesiones craneales. Y este de un disparo en la cabeza –refiriéndose al sujeto de tupida barba- y este, el que dices que mató a este pelón, murió de un paro cardiaco por una sobredosis de bebida energética, alcohol y droga. Además era el que manejaba según me dijo el perito. Este muchacho de acá –hizo una pausa-, murió de una hemorragia interna, una de sus costillas al momento del choque perforó su corazón.

-Entonces el que provocó el accidente fue el sujeto que abusó del alcohol y las drogas, ¿cierto? –pregunté casi seguro de ello.

-No. Según lo dictaminó el perito de tránsito, el que provocó todo, fue este jovencito, el de la costilla perforada. Colisionó de frente con el vehículo que manejaba tu padre en la parte lateral derecha, es decir donde iba la acompañante, que quiero pensar era tu madre. Lo siento mucho –se disculpó de nuevo.

-Gracias –respondí mientras pasaba por mi mente la escena que me contaba.

-Este de aquí, el que abusó del alcohol remató al muchacho llegándole por la parte de atrás. Él murió antes de colisionar. Pues al darle un ataque cardiaco, supongo que por el dolor y desesperación pisó el acelerador aumentando la velocidad y pues eh aquí las consecuencias. Es extraño ver los caprichos de la muerte.

-¿Cuándo me entrega el cuerpo de mi padre? –pregunté al doctor cortando de golpe lo que me narraba.

-En unas dos horas, solo déjame llenar unos documentos y listo.

-Está bien doctor –le respondí y me retiré del lugar.

Nuevamente le pedí al agente que me llevara al hospital, ya que ni siquiera traía dinero para el taxi, en el camino pensé en mi madre, pues era lo único que me quedaba. Una vez en el hospital, el doctor me preguntó qué era lo que había decidido, y yo le respondí preguntándole qué pasaría si yo cambiaba de opinión.

-Todo depende de lo que decidas muchacho –me respondió tranquilo.

 

 II

 

Habían pasado ya tres semanas desde que enterré a papá. Sus amigos y algunos familiares se hicieron presentes en el funeral. Mi tristeza aún era enorme, demasiada que no cabe en dicha palabra. Iré a ver a mi madre, no me he separado de ella, suelo pasar cinco de los siete días de la semana en el hospital, a su lado. Aquél maldito día, lo que creímos sería un excelente fin de semana se convirtió en el fin de la vida para ellos y el inicio de una nueva para mí.

Son casi las cinco de la tarde, tengo que llegar puntual al hospital. Saludé a las enfermeras pues ya me conocen, al igual que los doctores y recepcionistas. He pensado muchas veces en dejarla ir, dejar que la vida siga su rumbo y se convierta en muerte, al fin ¿Quién soy yo para mantener viva a mi madre? Pero un fuerte deseo no deja que me separe de ella.

El psicólogo en las terapias me decía que debía dejarla ir. ¡No maldición! Quiero estar con ella. Le respondía siempre furioso.

En el hospital todo era diferente, mi madre se veía hermosa, por fin le quitaron los vendajes de su rostro y la vistieron con ese elegante vestido color rojo que tanto le gustaba y el cual no tuvo oportunidad de probarse aquél día. Yo estoy vestido de traje, justo como a ella le gustaba mirarme. He tomado la decisión más difícil que puede tomar un ser humano a lo largo de su vida. El doctor está a mi lado, le pedí un momento a solas antes de firmar el documento.

A ella… a ella le dije cuanto la amaba y que mi padre estaría esperándola con ansia. Las lágrimas surgieron de mis ojos, recorrieron mi mejilla y se unieron en un abrazo bajo mi barbilla, después cayeron sobre la mano del amor de mi vida. Me arrepiento de no haberle dicho aquel día cuanto la amaba, igual a mi padre. Le dije que me lo saludara cuando lo viera y que los extrañaría a ambos. Sé que ella me entendería, le agradecí infinitamente todo lo que hizo por mí sin pedir nunca nada a cambio. Nadie en este mundo hace eso, nadie. Firmé el documento y le hablé al doctor.

-Tenga, ahora haga lo que tenga que hacer –le dije.

-Está bien muchacho y no dejes que esta decisión te persiga toda la vida.

El doctor tocó mi hombro con su mano derecha y sostuvo con la otra el documento. En ese momento pasó por mi mente el pensamiento de que ella me había dado a mí la vida, y que yo se la iba a quitar a ella. Siempre estará en mi mente junto con mi padre. Escuché como el oxígeno disminuía, y la cosa que subía y bajaba disminuía el ritmo. En menos de un minuto el aparato que marcaba los latidos del corazón, comenzó a dejar de pasar esas líneas que subían y bajaban. En todo momento sostuve fuertemente su mano y antes de que dicho aparato emitiera el último sonido y dejará de pasar esas líneas en forma de pico, me acerqué al oído de mi madre y con una sonrisa en mi rostro le dije: Adiós y gracias mamá. Entonces el aparato marcó una línea recta en su pantalla y emitió un largo sonido agudo.

 

ANDRES SARELLANO MTZ

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