Se escribe un poema para dejar los barcos de la vida partir.
Para tomarse una instantánea del alma, del sentimiento impalpable que se escurre
y la espera que nadie reconoce, agua naufragando que es.
Se escribe un poema para que su color
cuando se rompe y sangra como fruta se vuelva jugo y no otra cosa.
Se escribe un poema cuando el sonido de una palabra te deja su eco resonando,
como un cuerpo ceñido que estuvo, se ata, y no se desata a la memoria ni a las ganas.
Se escribe un poema y otro… y otro más, para usarlo de escalón, de bastón,
de lazo, de puente, de bronca, de ironía y que se yo…
Se escribe un poema y en cada uno, una vida o un trozo de un tiempo atravesado duerme en él.
Se hace un poema, para desnudarse y no fracturar nada, ni a nadie…
para los bolsillos vacíos, los llenos de nada, para los reproches
y los trigales de noche en que caes y no puedes despertar o respirar…
y contar y descontar aquello que a veces ni se sabe, no te enteras… y es mejor así.
Porque para protestar, para no llorar y para llorar también, se escriben poemas.
Cuando el aire es finito, para decir, agradecer, hacer justicia, para hacer el amor
o una tierna revolución se escribe.
Se escribe un poema para nacer, para renacer, para no morir,
para tatuarse el recuerdo y no morder en la rabia,
pero también se escribe un poema para encender la luz a una ventana abandonada,
como grito último o primero, y para encontrarse.
Se escribe un poema para no morir.