¡Cuántas veces anclé mi navío
al sereno puerto de una esperanza!,
pero en las noches, los piratas enemigos,
envidiosos y malignos,
avanzaban a robar mi carga...
Yo, distraído por alguna estrella lejana,
dejaba hurtar mi alma...
¿ Por qué, desaprensivo
y aún desprovisto de toda táctica,
lo he permitido...?
No hay respuesta que consiga.
Hoy me arrastro en arenales,
y en mi casco están las marcas
de arrecifes y corales...
escorado... velas rotas,
el timón endurecido... zozobrando.
Frente a mí, unos ojos azules
(mi último cielo) dan el marco...
(tal vez aún quede algo);
de todas maneras, ya no importa,
poco falta... es el destino de mi barco:
... el naufragio.