Nada cuesta, niña mía, entregarse
Al banquete exquisito de soñar:
Cerrar los ojos, poner a volar
Nuestra imaginación para embriagarse
De tanta fantasía y deslizarse
Suavemente en el turbulento mar
Para sentir sus olas galopar
En nuestros leves cuerpos sin cansarse.
Soñemos, amor, que a la gloria vamos
A gozar en la celeste pradera
De juegos seráficos y ternura
Prodigiosa que tú y yo contemplamos.
Yo otoño; tú radiante primavera
Bendecidos por Hypnos… gracia pura.