Un simple detalle, un simple gesto, dice tanto y cuesta poco.
Me refiero a un ramo de flores, a la carta sincera, a la visita imprevista.
Al poema dedicado, al sobre que encontramos debajo de la almohada, al desayuno en la cama, al billete para el concierto.
Al viaje tanto querido pero jamás realizado, a la llamada inadvertida…. a esos pequeños gestos que, pueden parecer insignificantes, para quien los hace, pero tan significativos para quien los recibe.
Un detalle dice: ¡Te quiero! ¡Eres importante para mí! ¡Perdóname! ¡Estoy a tu lado! ¡Te extraño! ¡Te amo! ¡A pesar de la distancia siento que estás cerca! ¡Gracias!...
La sonrisa que se dibuja en la persona que recibe un detalle es, simplemente, inexplicable. Se ilumina su rostro. Los latidos del corazón se aceleran, le sudan las manos, no encuentra palabras, lágrimas de alegría en sus ojos...
La primera palabra que sale de sus labios es, un sorprendido:¡gracias! El gesto, un abrazo, si estás cerca. El alma se le ensancha y se siente importante y querida. ¡Qué más quisiéramos para la persona que amamos!
Estamos tan cargados de la vida cotidiana. El tram tram inunda nuestra existencia que nos hace olvidar de las pequeñas cosas.
¿Por qué será que cuando comenzamos una relación de amor abundan las sorpresas, los pequeños detalles y, cuando pasa el tiempo, los vamos, poco a poco, dejando de lado?
La maldita rutina extiende su velo piadoso en nuestra relación y ya no encontramos tiempo para “esas cosas” o simplemente no las tenemos en cuenta, nos olvidamos de ellas. Sin mala intención ciertamente.
Pasa el tiempo y lo que no alimentamos comienza a morir lentamente. Triste realidad. Comenzamos a buscar fuera lo que no encontramos dentro, pero que nosotros mismos, tampoco ofrecemos. Resultado final: la muerte del amor.
Los gestos, los pequeños detalles, son “las vitaminas del alma”. El abono que alimenta el terreno de una relación y no me refiero solo a una relación de amor, cualquier relación esta sea.
No permitamos que el ácido de la rutina corroa nuestra relación.