Sabes, a lo largo de estos años me pregunté
por qué no veo tu silueta y no oigo tu voz,
si estoy seguro que estás al otro lado del silencio
si hilos indestructibles unen mi corazón al Tuyo.
Me pregunto ¿qué debo hacer, qué punto falta por construir?
Si estoy seguro que tu existes, si no necesito saber
si por tu don nada más me basta creer
si estoy convencido que Tu eres lo mejor que puedo tener.
No recuerdo cuántas veces me lo pregunté,
lo cierto es que un día, seguro porque Tu lo quisiste,
supe el motivo, al mirar hacia dentro de mi corazón
y vi que una parte de él no era tuya, que era ajena
cubierta de sombras, espinos, cardos y aridez.
Era mía, o baldía o de otro dueño, o los tres,
lo cierto es que no era tuya.
Entonces conocí porqué no te logro oir ni ver,
por qué no sopla en mi corazón la brisa de Canaán
y no rigen libremente las reglas tuyas, Señor, Rey.
Es que realmente seguía esclavo, habitado de Egiptos,
creyendo en la libertad y besando las cadenas.
Me pregunto ¿de qué sirve una libertad que Te excluya?
¿para qué sirven estas alas volando en una eterna noche?
Mi libertad sin Ti es un agua que no me sacia,
un aire insuficiente que le causa un ahogo a mi alma.
En Ti, mi ser y su libertad alzan vuelo al infinito.
Aunque se que no es asunto de palabras,
te doy la parte de mi corazón que me había dejado.
Para nada la quiero, de nada me sirvió esta soledad
Sé Tu el dueño de mi cien por ciento,
y me dispongo a gobernar mi voluntad para caminar contigo
en el Exodo que no cesa, en el camino diario a Canaán.