Mi corazón bebe a lo lejos.
Y yo me doy por muerto.
Miro la lluvia que me sigue.
Inútilmente
recompongo mi traje blanquecino.
De a poco mis escasas monedas se oscurecen.
Muy quieto observo la enramada luz
como bordadura suave que brilla.
Me enmaraño en hojas de la noche,
y salgo a pedir limosna entre los pobres.
Entonces soy Juan, el sucio,
que me ofrece fumar.
Su mano llagada estrecha la mía,
y me enaltece.
(Su mano más limpia que la mano de un banquero.)
Y soy también la cantante loca que en la plaza se aplaude,
y muere, tras telón, de frío.
Desde lejos,
puedo tocar el deseo en tus ojos,
y creo que el amor
es un caminante que siempre regresa.
(Si volvieras
como una gota de lluvia,
como un palacio,
o una tardecita apenas.)
G.C.
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