Ayer te volví a ver,
subimos al mismo micro,
parecías un caracol
con su casa a cuesta,
el enorme bolso
con pañales... mamadera,
cargando una en brazos
y la otra a tu derecha.
Ustedes, las mujeres,
se me hacen heroínas
que fueran de una guerra
que sin armas se pelea,
los hijos, todo el tiempo
colgados o a cuestas
mientras limpian, cocinan,
planchan... etcétera.
¡Qué lindas tus nenas!,
bien vestiditas y limpias,
como todos los domingos
a la casa de la abuela,
¡qué lindas tus hijas!,
por las que tanto trabajas
y atiendes solita...
porque eres soltera.
Te fuiste del barrio
para acallar las lenguas,
¡no atiendas a eso!,
¡no atiendas a esas
calumnias que la envidia
tejió a tu belleza!
Yo no aplaudo lo que hiciste,
pero fuiste valiente,
y, si a la pasión cediste
no te juzgo ni condeno,
tu conciencia es tu juez,
y el esfuerzo que realizas,
tu castigo y tu premio...
tu defensor la vida
de tus dos pequeñas...
Cuando ellas te acarician
con sus manitas tiernas,
mitigan tus heridas,
cierran tus grietas,
mientras tanto la raza
humana se estira
en el tiempo y el espacio
a través de ellas.
La humanidad le debe mucho
a las madres solteras
(sólo de buenos árboles
la fruta es buena),
y el sacrificio vicario
que realizan las libera
de cualquier cargo,
de cualquier pena.
Optaron por la vida...
no abortaron...
por eso, de culpables,
se vuelven heroínas,
¿sabes qué?, ayer al verte
parada en esa esquina,
tuve ganas de besar tus manos
y abrazarte...
Madre soltera no es tu título...
tu título es, simplemente, ¡Madre!