Conviene al cultivo el líquido incoloro, sólo que a veces lo pintan de amapola y los campos dejan de producir.
Las escuelas se elevan uniendo ladrillos con cemento, mas cuando se amasa con rencores y odio éstas se derrumban.
Los días de sol y entendimiento alumbran ciencia y sabiduría pero al extender su manto la intolerancia, arden libros y cuadernos.
Se desborda el amor y el verde de la esperanza asienta sus pilares sobre la convivencia, pero todo se viene abajo cuando braman los ojos del fuego y la rabia.
¡Vosotros! Los que controláis todos los poderes.
¡No fabriquéis más desastres!
El oleaje es tan fuerte que ha partido los remos de mi barca.
Aprieta el temporal.
Las corrientes me empujaron mar adentro.
Ahora estoy solo, a merced de las aguas embravecidas.
Perdí mi brújula.
Cae la noche, se cierne la oscuridad.
Próximo, aletea el fantasma del naufragio.
No sé si sobreviviré.
Amanece una mirada crepuscular, le sigue un crepúsculo jalonado de amaneceres que no arden.
Entremedias, una cámara dispara su flas en repetidas ocasiones.
Resultado: las siguientes imágenes.
Klic klac. Primera diapositiva: en un recodo del camino que cubre el trayecto entre desolación e indiferencia confluyen los centros exactos de la desvergüenza y del rubor.
Klic klac. Ésta nos muestra como en una planicie sin cultivos, un número indeterminado de cometas pretenden elevarse en un espacio donde no sopla ni la más ligera brisa.
Klic klac. En la tercera, se ven semienterradas en la arena las cometas que se han precipitado al suelo en medio de un estrepitoso silencio.
Klic klac. Cuarta y última fotografía: a la sombra de una digestión de excesos, un Dios, culpable por inexistente, duerme ajeno a culebras y escorpiones una siesta prolongada.
Sus mocasines brillan limpios de polvo y lodo seco.
No debió ocurrir, mas la barbarie nada sabe de credos ni padrenuestros.
Mientras el Ángel de la Guarda celebraba su despedida de soltero
tu inocencia infantil sufría todas las ausencias.
Tu alma reciente se encalleció a cada golpe.
Hoy, desde la penumbra, en un sollozo interior quizás nos preguntes.
¿Por qué?
Revolotea difuminada en la mañana gris como una instantánea ráfaga de viento azota el rostro. Así nos llega la información.
¡Cuánto frío!
Más cadáveres sobre las roídas tablas del cayuco.
Más deseos truncados en su carrera fatídica.
Cinco, seis, siete.
Atrás quedaron abrazos y suspiros.
Sombras que se diluyen entre el canturreo tedioso de la estadística.
Jamás sabremos cómo se llaman
porque nadie nos dice sus nombres.
Viento de Levante