Vicente Martín Martín

Aquí

 

Aquí,

junto al seto de adelfas, había un árbol

y debajo del árbol

casi siempre

un viejo inverosímil, de esos viejos

que se fían tan sólo de las horas que marca su reloj de bolsillo.

 

No puedo asegurar que fuera él quien se trajo de un lejano país las golondrinas,

pero sí os aseguro que no puede pensarse en un verano

y un domingo a las siete de la tarde

sin el viejo y su silla,

sin sus dedos raíces apretando un cigarro y maldiciendo

de esa puta costumbre que tenía los muchachos

de pasar a su lado sin dar los buenos días.

 

De vez en vez pasaba una señora

-yo creo que a propósito,

seguro que a propósito-,

de esas buenas señoras que después de una cópula se ponen a hacer gárgaras

y se lavan los dientes con ácido carbónico

y el viejo se empinaba,

se arreglaba la gorra y con la gracia de un fakir con bigotes le decía

dónde va esa hermosura y la señora

sonreía y callaba mientras él

prolongaba en sus ojos las simas del escote.

 

He pasado la mili, el sarampión y las ciudades de los números primos

y aquí

ya no está árbol,

ni se quedan mirando los chavales cuando vienen del fútbol,

ni hay señoras buenísimas con el viento cosido a sus caderas,

ni la silla,

ni el viejo,

 

por no quedar no queda

ni un domingo a las siete de la tarde