Antonia Ceada Acevedo

Relato érotico I de Rafaela

En su cama fría, Rafaela, yacía entre sabanas blancas, con su cara rosa; carecía de arrugas su piel, y unas rojizas mejillas embellecían su presencia en aquella habitación de muebles apolillados  por el insecto  que contribuyen a fraccionar  la biocenosis…

Un pasillo largo llevaba a la habitación de Rafaela; ella era la fuerza del sol, de los montes, de las jaras…La naturaleza  con  su pseudónimo…

 

En los momentos díficiles, como cuando  había que inducirle a excretar, ella sufría por nosotras, sus cuidadoras: sus psicólogas, sus  violetas cariñosas, sus brazos, sus pies de tierra, sus protectoras y guardianas de “la antesala de la muerte”, ella siempre nos relataba una historia erótica para relajarnos y hacernos reír…

Hacernos reír era su propósito en  aquellos días de asimilación…

Rafaela  tenía 93 años y su voz grave, temblorosa, era un eco para nunca olvidar,se memoriza…

Rafaela fue una revolucionaria  inteligente en un país de pistola y charol  sobre los bigotes verdes, que yo, también conocí  en mi adolescencia.

 

 

Rafaela fue una de las bellas más bellas de su aldea  desde que dejo de ser niña por obligación

Y se convirtió en  madre de  ocho hermanos con tan  sólo doce años…

 

 

 

 

 

Era  una  noche de verano muy calurosa, mi marido dormía en “calzones blancos” sobre nuestro colchón de lana de oveja que el mismo esquilo, lavo y cosió…

Eran tiempos de hambre y nuestra casa era una choza hecha de barro, agua y paja. El techo de plásticos, cuerdas y  ramas…

-¿Sabes yo tenía un horno de pan y una pequeña chimenea?

Me levante del colchón  y abrí  la puerta de madera (sin despertar a mi marido) con mucho cuidado.

Un paisaje de estrellas infinitas le esperaba a mis ojos…una luna, inmensa, llena  ,entraba  por la puerta  para “blanquear más los calzones de mi marido”

Me quede  observando como a la vez que se blanqueaban los “calzones” la piel  de mi marido oscurecía como  si de ébano pareciese. Sus hombros formados  de músculos  jóvenes, aquella noche, me hacia  vibrar…

Me pase imaginando, en  el  borde de la puerta, como besar cada milímetro de aquella piel que nunca antes  había visto  tan tersa, tan plateada,tan hermosa…

Me puse de pie y me quite  desesperadamente aquella camisa de dormir  fruncida y de mangas de farol celeste.

-¡ y basta!

La tiré  en el umbral de la puerta. Caminé lentamente hasta su lecho donde dormía en cubito sapino…

 

Sus labios secos comenzaron a recorrer la nuca de él…

El reaccionó con un movimiento leve cambiando las piernas de postura, mientras ella con su lengua seca  dibujaba círculos en su cuello, mientras bajaba a esos hombros semiperlados por la luna…

El  grillo, las aves rapaces y el croar de alguna rana ponían música  a ese desesperado deseo de beber del  sudor de su marido.

Y su boca desvestida de pudor pasaba y repasaba la espalda de él, que  se estremecía cada  vez.

Ella se abrió de piernas y se  sentó sobre sus muslos, se inclino y con pezones duros y grandes rozaba la piel  alunada de su marido, su lengua, ya más húmeda, ahora dibujaba los bordes de los lóbulos del hombre que se balanceaba sutilmente sobre el colchón de lana vieja que reposaba sobre un somier de rejillas rechinoso…

Rafaela, subrayó, aquella vuela inesperada de su marido bajo sus piernas abiertas.

El,  mojado en sudor por el pecho, la cogía por la cintura hasta llevar sus dos pechos apretados por sus manos grandes hasta su boca… mordió suavemente los dos pezones a la vez, y con su lengua sumamente húmeda decoro las aureolas de los pezones de sumieron su propia saliva

Y  después de esa eufórica mamada de pechos blancos y  novicios, su boca se acerco al oído de Rafaela y le contó:

-yo también tenía sed, amor…te daré de beber mi sed, mi fe.

 

Y siguió mordiéndolos labios ya rojos de Rafaela mientras  aguantaba sus pechos como si se fueran a derramar…

Rafaela se derramaba por el ombligo de Eugenio, mientras los repsoles plateados  también abrazaban por la espalda a Rafaela.

El fue arrestándola poco a poco y mojándose el  pubis de  los fluidos “sureños” de Rafaela  hasta sentir los labios mayores perdiendo el equilibrio en aquella dura y  abotonada  protuberancia…

El, la agitaba por la cintura  aprisionando más su flor abierta a tan empedrado montículo.

Rafaela se llevo las manos a la cintura en un brusco movimiento, se puso de rodillas, sobre la lana y  grito:

-¡Quieto Eugenio!

Eugenio, casi espantado y empalomado, dijo con palabras entre cortadas:

-¿qué pasa Rafaela?

Rafaela lo miro, con una mueca  le indico donde se encontraba  el sur…

El  la miro y se encogió de  hombros, mientras el grillo, más rebelde que nunca, cantaba…

-yo ,quería beberme a la luna…

dijo ella.

… … …

 

 

 

Antonia Ceada Acevedo