En su cama fría, Rafaela, yacía entre sabanas blancas, con su cara rosa; carecía de arrugas su piel, y unas rojizas mejillas embellecían su presencia en aquella habitación de muebles apolillados por el insecto que contribuyen a fraccionar la biocenosis…
Un pasillo largo llevaba a la habitación de Rafaela; ella era la fuerza del sol, de los montes, de las jaras…La naturaleza con su pseudónimo…
En los momentos díficiles, como cuando había que inducirle a excretar, ella sufría por nosotras, sus cuidadoras: sus psicólogas, sus violetas cariñosas, sus brazos, sus pies de tierra, sus protectoras y guardianas de “la antesala de la muerte”, ella siempre nos relataba una historia erótica para relajarnos y hacernos reír…
Hacernos reír era su propósito en aquellos días de asimilación…
Rafaela tenía 93 años y su voz grave, temblorosa, era un eco para nunca olvidar,se memoriza…
Rafaela fue una revolucionaria inteligente en un país de pistola y charol sobre los bigotes verdes, que yo, también conocí en mi adolescencia.
Rafaela fue una de las bellas más bellas de su aldea desde que dejo de ser niña por obligación
Y se convirtió en madre de ocho hermanos con tan sólo doce años…
I
Era una noche de verano muy calurosa, mi marido dormía en “calzones blancos” sobre nuestro colchón de lana de oveja que el mismo esquilo, lavo y cosió…
Eran tiempos de hambre y nuestra casa era una choza hecha de barro, agua y paja. El techo de plásticos, cuerdas y ramas…
-¿Sabes yo tenía un horno de pan y una pequeña chimenea?
Me levante del colchón y abrí la puerta de madera (sin despertar a mi marido) con mucho cuidado.
Un paisaje de estrellas infinitas le esperaba a mis ojos…una luna, inmensa, llena ,entraba por la puerta para “blanquear más los calzones de mi marido”
Me quede observando como a la vez que se blanqueaban los “calzones” la piel de mi marido oscurecía como si de ébano pareciese. Sus hombros formados de músculos jóvenes, aquella noche, me hacia vibrar…
Me pase imaginando, en el borde de la puerta, como besar cada milímetro de aquella piel que nunca antes había visto tan tersa, tan plateada,tan hermosa…
Me puse de pie y me quite desesperadamente aquella camisa de dormir fruncida y de mangas de farol celeste.
-¡ y basta!
La tiré en el umbral de la puerta. Caminé lentamente hasta su lecho donde dormía en cubito sapino…
Sus labios secos comenzaron a recorrer la nuca de él…
El reaccionó con un movimiento leve cambiando las piernas de postura, mientras ella con su lengua seca dibujaba círculos en su cuello, mientras bajaba a esos hombros semiperlados por la luna…
El grillo, las aves rapaces y el croar de alguna rana ponían música a ese desesperado deseo de beber del sudor de su marido.
Y su boca desvestida de pudor pasaba y repasaba la espalda de él, que se estremecía cada vez.
Ella se abrió de piernas y se sentó sobre sus muslos, se inclino y con pezones duros y grandes rozaba la piel alunada de su marido, su lengua, ya más húmeda, ahora dibujaba los bordes de los lóbulos del hombre que se balanceaba sutilmente sobre el colchón de lana vieja que reposaba sobre un somier de rejillas rechinoso…
Rafaela, subrayó, aquella vuela inesperada de su marido bajo sus piernas abiertas.
El, mojado en sudor por el pecho, la cogía por la cintura hasta llevar sus dos pechos apretados por sus manos grandes hasta su boca… mordió suavemente los dos pezones a la vez, y con su lengua sumamente húmeda decoro las aureolas de los pezones de sumieron su propia saliva
Y después de esa eufórica mamada de pechos blancos y novicios, su boca se acerco al oído de Rafaela y le contó:
-yo también tenía sed, amor…te daré de beber mi sed, mi fe.
Y siguió mordiéndolos labios ya rojos de Rafaela mientras aguantaba sus pechos como si se fueran a derramar…
Rafaela se derramaba por el ombligo de Eugenio, mientras los repsoles plateados también abrazaban por la espalda a Rafaela.
El fue arrestándola poco a poco y mojándose el pubis de los fluidos “sureños” de Rafaela hasta sentir los labios mayores perdiendo el equilibrio en aquella dura y abotonada protuberancia…
El, la agitaba por la cintura aprisionando más su flor abierta a tan empedrado montículo.
Rafaela se llevo las manos a la cintura en un brusco movimiento, se puso de rodillas, sobre la lana y grito:
-¡Quieto Eugenio!
Eugenio, casi espantado y empalomado, dijo con palabras entre cortadas:
-¿qué pasa Rafaela?
Rafaela lo miro, con una mueca le indico donde se encontraba el sur…
El la miro y se encogió de hombros, mientras el grillo, más rebelde que nunca, cantaba…
-yo ,quería beberme a la luna…
dijo ella.
… … …
Antonia Ceada Acevedo