Tiene los ojos más puros. Y su mirada es más bella que sus pupilas. De ellas brota su alma con algunas congojas. Su vida fue una oda a la compañía, por eso alguna astilla. Asistió como nadie. Presencia extrema, disposición activa…
Hoy, tras tantos años, llegó su día. No puedo contenerme. He de entregar su vida. Mórbida y acometida reposa en su lecho. No miro el reloj. Desearía que no existiera el tiempo.
Nada puede hacerse. Irreversible es su estigma. La abrazo como nunca y la llevo al sitio de la sentencia. Llega tranquila, candidez pura.
Su vida se apaga mientras beso su hocico. Me dedica su última mirada, le entrego toda mi esencia. Muerte concreta. Parte quien fue testigo de tantos desconsuelos y máximas lozanías.
Ya en casa huyo de la memoria, me corro del recuerdo. Capitú ya no está, y esto huelo a mausoleo.