Allá, donde estás, te imagino
con tu piel caramelizada,
sonriendo, soñando conmigo
como te sueño yo, mi amada.
Entonces, suspiro hondamente,
tan profundo que lleno el alma
con tal, tu perfume aparente
que se ha de parecer al ámbar.
Pero a pesar de esta distancia,
te siento, cual si en otro tiempo,
en un laberinto de salvias,
hubiese probado tu aliento.
Te pido, querida dulzura,
miel de los sueños olvidados,
ámame con tanta locura
que el mundo parezca sensato.
A merced de la gallardía
que despliegan tus dos luceros,
te entrego la substancia mía
escrita en estos pobres versos.